Agenda Cultural UdeA - Año 2006 MARZO | Page 3

ISBN 0124-0854
N º 119 Marzo de 2006 momento olvidé el parentesco recién descubierto, y me hundí en la lectura.
X. Y. S. se refería a una clandestina biografía de Wolfgang Amadeus Mozart. La biografía hacía parte de un libro llamado Datos extraordinarios sobre la vida de algunos hombres ejemplares, cuyo autor había sido amigo del que había escrito el Anecdotario. La última anécdota, se precisaba una vez más, estaba basada en fuentes fidedignas. Esto trató de quitarme la paciencia, pero me contuve. Lo mejor era conservar el silencio, pues así no corría el riesgo de ser interrumpido por alguien vestido de blanco. La biografía decía que Mozart, apenas salido de la audición del Miserere de Allegri, en la capilla Sixtina, se había topado con un grupo de teatreros ambulantes denominado La Papaya Rajada. De la compañía brotaba un frenesí tremendo, su atavío era de colores intensos, y los actores gritaban a las calles y a sus viandantes el nombre de las tierras de donde provenían. El muchacho de rubia cabellera vaciló al principio. Después no pudo negarse a la invitación que los disfrazados hacían a una fiesta de dimensiones inimaginables. Súbitamente se vio atrapado por la algarabía de la comparsa, donde un esqueleto con guadaña y encaramado en zancos le hablaba con voz estridente, y una mujer morena, mostrando su desnudez a través de un velo fucsia, le guiñaba un ojo. Y aunque la música sacra, patrimonio exclusivo de la Sixtina,
todavía resonaba en la cabeza de Wolfgang, su plan variaba. No iría, no podía ir, de inmediato a terminar de copiar los cantos de los dos coros del Miserere, para así practicar un buen ejercicio de memoria musical, porque la presencia de enloquecidos ritmos y melodías sincopadas, que se desprendían del desfile, lo había embargado de entusiasmo. Cuenta esa biografía que el grupo de la fruta partida llegó a sus tierras de origen con la experiencia de Europa y un cuaderno pautado que el jovencito, pintado de pies a cabeza, les obsequió luego de llenarlo de música en un abrir y cerrar de ojos, mientras el festín culminaba en un tabuco repleto de licor y fragores percusivos. La obra era, como se puede suponer, una mezcla del ordenado caos caribeño, reflejado especialmente en la percusión, y la severidad de la música europea de finales del siglo XVIII. Uno de los nietos de uno de los integrantes del grupo de teatro decía que su abuelo, profesor de música radicado en Montería por muchos años y ya muerto, a su vez comentaba que la composición, según su propio abuelo, uno de los actores y clarinetista de San Pelayo, constaba de una sola parte, de extensión tan larga que hacía pensar en una gran pieza para ballet. A partir de este momento, todo lo que explicaba el autor estaba remitido al único descendiente de La Papaya Rajada, el cual vivía en el mencionado pueblo.