Agenda Cultural UdeA - Año 2006 MARZO | Page 4

ISBN 0124-0854
N º 119 Marzo de 2006
Este hombre, humilde maestro de escuela, argüía que la obra no pudo ser interpretada en Roma, ni en Viena, ni en Salzburgo, pero sí en Cartagena de Indias, por allá en los mil ochocientos veintitantos. Uno de sus antepasados la dirigió, y fue ejecutada por una orquesta bastante reducida en cuerdas, aunque un manojo de hábiles mulatos, encargados de la percusión, y algunos vientos, compensaron esta carencia. Luego, un hijo de este director había intentado estrenarla en Bogotá, en los tiempos en que la ciudad empezaba a jactarse de ser la Atenas de América. Allí, los más prestigiosos músicos se burlaron del hombre, y lo llamaron ― mamagallista ‖. Con el ir y venir por valles, ríos y montañas, en busca de una oportunidad para que tan inaudita obra fuera escuchada, los manuscritos se perdieron. Solamente quedaron fragmentos: la primera y las cinco páginas finales que el maestro de escuela guardaba con celo. Sin embargo, la boca de varias generaciones contenida en la boca del maestro de escuela, y la decrepitud de seis hojas de papel, podían explicar la particularidades de la obra. En parte de ella se apreciaba a tal punto la ligazón del sabor caribe con los instrumentos sinfónicos – violines, flautas y clarinetes— que inevitablemente el oyente pensaba en las charangas antillanas. También se hacía hincapié en la maestría de un Mozart nunca imaginado, por el tratamiento que daba a los bongoes, maracas, congas y demás instrumentos afroamericanos. Las claves tocaban con cierta frecuencia el ahora
conocido toc-toc-toc … toc-toc. Y en algunos apartes los músicos, particularmente los percusionistas, tenían que tocar con las palmas las figuras sincopadas. A veces tocaban su instrumento y debían gritar, pujar, silbar o jadear. Eran sorprendentes las cadencias del clarinete – la expresión de una abrupta carcajada— y la improvisación de un contrabajo en pizzicato sobre un fondo de congas, campana, platillo y acordes de un piano íntimo. Lo cierto era que durante toda la obra— el pasaje en que la trompeta con sordina evocaba sones cubanos, los dúos sensuales de los saxofones alto y tenor, la improvisación de arpegios del arpa de pedales, los trombones juguetones, y los últimos cien compases donde el grueso de la orquesta, en pleno deleite sonoro, se iba reduciendo, a través de modulaciones sutiles, hasta quedar convertido en un cuarteto de cuerdas que hacía su arribo a la atmósfera de la Europa clasicista— el Mozart puro, sencillo y alegre, aparecía sin que se dudara un instante de ello.
* Pablo Montoya Campuzano( Tunja). Escritor, Doctor en Literatura y Músico. Profesor de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia. Textos extraídos del libro La Sinfónica y otros cuentos musicales, Medellín, Editorial El Propio Bolsillo, 1997. Se publican con autorización del autor. Pablo Montoya ha publicado además: Cuentos de Niquía, Habitantes,