ISBN 0124-0854
N º 123 Julio de 2006 del espectador, hundida en un mundo privado de ensoñación.
Rembrandt coloca la luz en el espacio pictórico que mejor le cuadraba, y desde esta base penetra el espacio un gradiente de claridad creciente, no solo hacia atrás y hacia delante, sino también a los lados. De esta manera la luz se expande en todas direcciones desde una base elegida en el espacio. Una de las condiciones, en general de la luminosidad, consiste en que el objeto debe poseer una claridad muy por encima de la escala que establece el resto del campo. Su claridad absoluta puede ser muy baja, y esto se advierte en los tonos dorados que usaba el artista. Los juegos de luz y la luz de la sombra permiten descubrir un claroscuro que va de la vida a la obra del artista.
De vital importancia para su obra fue la capacidad de Rembrandt para ponerse en la piel de todo tipo de hombres, que le permitió sobresalir no solo en el género del retrato sino en la ilustración de escenas bíblicas e históricas. Como dice el historiador Gombrich,“ visualizaba cada situación en la forma en que debió producirse y la manera de aparecer y de reaccionar de todos los personajes en aquel momento”. Una capacidad que resulta aún más evidente en sus dibujos y aguafuertes.
Al correr de los años, ya casi al final de su carrera, Rembrandt aún recibe encargos importantes como el retrato Los síndicos de los pañeros, realizado en 1662 y en el cual se aprecia a los representantes del sindicato de los pañeros, en una actitud tal que pareciera como si se les hubiera interrumpido su labor de consultar los muestrarios de las telas. Para 1666 aparece La esposa judía, obra en la cual se aprecia ese paso del detalle a una pincelada más densa para sugerir emociones, como ocurre con la pareja retratada y los gestos afectuosos de sus miradas y las manos enlazadas, que llega hasta crear una sensación de presencia física, palpitante y concreta.
Quizás uno de sus últimos trabajos sea El regreso del hijo pródigo, llevado a cabo en 1668, y en el que se observa la dramática parábola del hijo que retorna a la casa paterna. La escena está cargada con los sentimientos que reflejan los protagonistas, que trasportan al observador a una escena muy intimista y sobrecogedora, efecto del manejo de la luz y el color que hizo su autor, donde lo que se resalta es la emoción que embarga al padre ante el reencuentro con su amado hijo, que para algunos estudiosos del arte es un reflejo de la vida del pintor.