Agenda Cultural UdeA - Año 2006 FEBRERO | Page 4

ISBN 0124-0854
N º 118 Febrero de 2006 otro cariz con la virtualidad del ciberespacio, que paradójicamente la convierte en realidad: cualquier individuo puede acceder desde su espacio a todos los espacios, es decir, a Bibliópolis entera. La que pensó Borges era más grande, pero ésta, siendo finita, tenía dimensiones extraordinarias: poseía todos los libros en una sola colección. Si ésta se inició en Alejandría, ello quería decir que lo que se había hecho, en la práctica, era ir aumentando incesantemente sus fondos, de manera, concluyó, que Alejandría es el nombre de Bibliópolis. La Ciudad Universal se llama Bibliópolis de Alejandría. Siempre correría el riesgo de ser incendiada por los criminales, pero ya sólo se destruiría parcialmente y se salvarían libros-persona invaluables.
La Ciudad contaba, como consecuencia del ciberespacio, prosiguió el lector, con entradas cuasiinfinitas. Cada una es una ciudad-puerto. Lo importante de esto, se dijo, es que los lectores podían escoger la que prefirieran. Porque cada ciudad-puerto es distinta. Y él, que venía de un lugar donde el mar es siempre tibio, apreciaba en grado sumo aquéllas donde el calor humano y el deseo de facilitar al caminante
sus encuentros y conversaciones con los habitantes permanentes eran la propiedad esencial de los guardianes-guías-consejeros. Entonces evocó su ciudad predilecta. Él amaba la del Instituto, amable y eficiente, risueña y entrañable. Como su directora. Sí, ése era su puerto, Puerto Julia.
Y con una sonrisa escribió en su ordenador lo siguiente, que se le pareció a un poema:
En el principio era el Verbo
Y el Verbo se hizo Carne,
Es decir, Bibliópolis
Y habitó entre nosotros.
Julia tiene sus llaves.
Notas
1. El lector se preguntó si en el bosque-ciudad cabría el libro-persona en el que se sostenía que había que destruir todos los libros. Y se dijo que no todos los libros( ni todas las personas) son moralmente defendibles, pero