Agenda Cultural UdeA - Año 2006 ABRIL | Page 5

ISBN 0124-0854
N º 120 Abril de 2006 y el engaño de las últimas ramas
rumiando un mar de lejanos relámpagos;
no la noche de las aguas melódicas perdería en ellas”, nuestro poeta tiene tantas y tantas noches que podría perderse en el laberinto que le propician, de no hacer luz con su palabra. voltejeando las hablas de la aldea;
no la noche de musgo y del suave
regazo de hierbas tibias de una mozuela;
yo amo la noche de las ciudades...(“ Amo la noche”).
Esa noche intemporal y mítica que se da en el poema de Aurelio Arturo por vías de la negación( no la noche que arrullan las ramas... no la noche de Tirso Jiménez... no la noche de brisa larga) pertenece a un ámbito espiritual que por momentos lo emparienta con la poesía de O. W. de Lubicz Milosz y su Adiós en la noche. La enumeración en Aurelio Arturo crea un contrapunteo, una doble lectura entre la noche que no ama— cantada y contada con amor— y la noche amada, creando un diálogo interior entre dos nocturnidades. Varias noches y una sola conviven en la obra del poeta, como varias infancias y una sola. De esa ensoñación, de ese arte de encantamiento, una suerte de hipnosis del tiempo recobrado, está hecha buena parte de la lírica moderna a la que tantas veces acudió el poeta nariñense. Como en el poema de Arnoux citado por Bachelard en La Poética de la ensoñación:“ Tantas y tantas infancias tengo / que contándolas me
Lo conceptual da paso a lo sensorial en la obra de Aurelio Arturo. Esa manera soslayada para expresar sus mundos interiores no tiene más alto precedente en nuestra poesía, así esté ligada a la expresión de una música que tiene que ver con la vertiente inaugurada por nuestro primer poeta moderno, José Asunción Silva: son silencios que recubren una oculta musicalidad. Esa música nueva que pone ante nuestros ojos para que éstos den parte de esa ensoñación a los oídos atentos, hace de su poesía un espacio prodigioso que forma una yunta entre una imaginería justa y una cadencia que, me atrevería a decir, no tiene más altos antecedentes en la lírica hispanoamericana. No es aquí la sonoridad externa, lexicográfica de León de Greiff, señalado como un poeta de preocupación musical, sino algo más seminal, más natural aun que la palabra. Ese innombrable asunto que hay en sus versos, que resulta inaprensible como el agua— motivo de muchos de sus poemas— es un fundamento de su estética. No lo que se dice con el verbo sino lo que se dice con el ritmo. Más lo que se canta que lo que se cuenta. Eso que de nuevo parece informarse a sí mismo en el poema: El agua es en la noche como una luz opaca. Y esa palabra húmeda sonando lejos en el monte.