Agenda Cultural UdeA - Año 2005 JUNIO | Page 36

ISBN 0124-0854
N º 111 Junio 2005 en la década de 1880, y se dio en los lugares de diversión, pero se le otorgó un lugar débil dentro del baile o sólo de acompañamiento. Pasó mucho tiempo para que la mujer fuera realmente necesaria en la danza, y para que superara la condición de acompañante. Vale recordar que el tango, como baile, inauguró el manejo libre del espacio, aquella libertad que tanto necesitaba el ejecutante para realizar su propia coreografía. Con la pareja hombremujer, cada baile empezó a contar una historia diferente. Los espectadores veían una unidad dada por la conexión de los dos cuerpos, pero se distinguía una gama de matices, propia del juego coreográfico en el que la pareja puede enamorarse, distanciarse o enfrentarse y rivalizar. Pero un canon común, que se mantuvo en la historia del tango, fue el del hombre. Tal vez desde el comienzo, por ser el encargado de llevar a la mujer en el recorrido, siempre debió demostrar ese coraje de guapo, y siempre fue más visible su presencia. Sin embargo, existieron mujeres que lograron insertarse entre la elite masculina y representaron una época muy particular. Bien podemos recordar a Paquita Bernardo que tocó el fueye en un conjunto masculino, o Ebe Beatune, también una mujer que tuvo " su propia orquesta ", reconocida como " La dama blanca " por usar como vestimenta un frac de varón. Todas trataron de imponer a la mujer como parte del tango, algunas eligieron disfrazarse como sus compadres, otras tocar al nivel de ellos, sin duda fueron " guapas " en su época.
Hombres de ciudad
La cual ida O que tratamos de subrayar es la denominada valentía, propia del hombre " guapo " de ciudad, que tuvo un gran tratamiento en la historia de nuestras letras populares. A partir de ella, los protagonistas de esas historias tuvieron repercusión y fama. Curiosamente, uno de los grandes intérpretes de esta temática es una mujer: Rosita Quiroga. De su voz surgieron temas como Mandria, compuesto por Juan Velich y Francisco 8rancatti, en el que se describe la actitud de un paisano noble y valiente, al comprobar la traición femenina:
Tome mi poncho, no se aflija! Si hasta el cuchillo se lo presto. Cite, que en la cancha Que usté elija, Ha de dir y en fija, No pondré mal gesto. Esta es mi marca y me asujeto Pa ' pelear A un hombre mandria! Váyase con ella La cobarde, Digale que es tarde Pero me cobré. No fue el único tema que popularizó esta peculiar intérprete, puesto que en tiempo de milonga registró unos versos de Felipe Fernández, Yacare, que publicó en su libro