ISBN 0124-0854
N º 117 Diciembre 2005 nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba , en el flanco violento de la montaña , donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra . Lo cierto es que el hombre gris besó el fango , repechó la ribera sin apartar ( probablemente , sin sentir ) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró , mareado y ensangrentado , hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra , que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza . Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos , que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres . El forastero se tendió bajo el pedestal . Lo despertó el sol alto . Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado ; cerró los ojos pálidos y durmió , no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad . Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito ; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular . río abajo , las ruinas de otro templo propicio , también de dioses incendiados y muertos ; sabía que su inmediata obligación era el sueño . Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro . Rastros de pies descalzos , unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o
temían su magia . Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas . El propósito que lo guiaba no era imposible , aunque sí sobrenatural . Quería soñar un hombre : quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad . Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma ; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior . no habría acertado a responder . Le convenía el templo inhabitado y despedazado , porque era un mínimo de mundo visible ; la cercanía de los leñadores también , porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales . El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo , consagrado a la única tarea de dormir y soñar . Al principio , los sueños eran caóticos ; poco después , fueron de naturaleza dialéctica . El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado : nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas ; las caras de los últimos pendían a muchos siglos