ISBN 0124-0854
N º 117 Diciembre 2005
diferentes posturas y grados de abotagamiento , el alba nace en el patio . A esa hora mis tías organizan enérgicos refrigerios en la cocina , bebemos café hirviendo , nos miramos brillantemente al cruzarnos en el zaguán o los dormitorios ; tenemos algo de hormigas yendo y viniendo , frotándose las antenas al pasar . Cuando llega el coche fúnebre las disposiciones están tomadas , mis hermanas llevan a los parientes a despedirse del finado antes del cierre del ataúd , los sostienen y confortan mientras mis primas y mis hermanos se van adelantando hasta desalojarlos , abreviar el último adiós y quedarse solos junto al muerto . Rendidos , extraviados , comprendiendo vagamente pero
incapaces de reaccionar , los deudos se dejan llevar y traer , beben cualquier cosa que se les
acerca a los labios , y responden con vagas protestas inconsistentes a las cariñosas solicitudes de mis primas y mis hermanas . Cuando es hora de partir y la casa está llena de parientes y amigos , una organización invisible pero sin brechas decide cada movimiento , el director de la funeraria acata las órdenes de mi padre , la remoción del ataúd se hace de acuerdo con las indicaciones de mi tío el mayor . Alguna que otra vez los parientes llegados a último momento adelantan una reivindicación destemplada ; los vecinos , convencidos ya de que todo es como debe ser , los miran escandalizados y los obligan a callarse . En el coche de duelo se instalan mis padres y mis tíos , mis hermanos suben al segundo , y mis primas condescienden a aceptar a alguno de los deudos en el tercero , donde se ubican envueltas en grandes pañoletas negras y moradas . El resto sube donde puede , y hay parientes que se ven precisados a llamar un taxi . Y si algunos , refrescados por el aire matinal y el largo trayecto , traman una reconquista en la necrópolis , amargo es su desengaño . Apenas llega el cajón al peristilo , mis hermanos rodean al orador designado por la familia o los amigos del difunto , y fácilmente reconocible por su cara de circunstancias y el rollito que le abulta el bolsillo del saco . Estrechándole las manos , le empapan las solapas con sus lágrimas , lo palmean con un blando sonido de tapioca , y