ISBN 0124-0854
N º 117 Diciembre 2005 acomete un ataque terrible de llanto que obliga a las vecinas a llevarla a la cama preparada para esas emergencias , darle a oler agua de azahar y consolarla , mientras otras vecinas se ocupan de los parientes cercanos bruscamente contagiados por la crisis . Durante un rato hay un amontonamiento de gente en la puerta de la capilla ardiente , preguntas y noticias en voz baja , encogimientos de hombros por parte de los vecinos . Agotados por un esfuerzo en que han debido emplearse a fondo , los deudos amenguan en sus manifestaciones , y en ese mismo momento mis tres primas segundas se largan a llorar sin afectación , sin gritos , pero tan conmovedoramente que los parientes y vecinos sienten la emulación , comprenden que no es posible quedarse así descansando mientras extraños de la otra cuadra se afligen de tal manera , y otra vez se suman a la deploración general , otra vez hay que hacer sitio en las camas , apantallar a señoras ancianas , aflojar el cinturón a viejitos convulsionados . Mis hermanos y yo esperamos por lo regular este momento para entrar en la sala mortuoria y ubicarnos junto al ataúd . Por extraño que parezca estamos realmente afligidos , jamás podemos oír llorar a nuestras hermanas sin que una congoja infinita nos llene el pecho y nos recuerde cosas de la infancia , unos campos cerca de Villa Albertina , un tranvía que chirriaba al tomar la curva en la calle General Rodríguez ,
en Bánfield , cosas así , siempre tan tristes . Nos basta ver las manos cruzadas del difunto para que el llanto nos arrase de golpe , nos obligue a taparnos la cara avergonzados , y somos cinco hombres que lloran de verdad en el velorio , mientras los deudos juntan desesperadamente el aliento para igualarnos , sintiendo que cueste lo que cueste deben demostrar que el velorio es el de ellos , que solamente ellos tienen derecho a llorar así en esa casa . Pero son pocos , y mienten [ eso lo sabemos por mi prima segunda la mayor , y nos da fuerzas ). En vano acumulan los hipos y los desma yos , inútilmente los vecinos más solidarios los apoyan con sus consuelos y sus reflexiones , lIevándolos y trayéndolos para que descansen y se reincorporen a la lucha . Mis padres y mi tío el mayor nos reemplazan ahora , hay algo que impone respeto en el dolor de estos ancianos que han venido desde la calle Humboldt , cinco cuadras contando desde la esquina , para velar al finado . Los vecinos más coherentes empiezan a perder pie , dejan caer a los deudos , se van a la cocina a beber grapa y a comentar ; algunos parientes , extenuados por una hora y media de llanto sostenido , duermen estertorosamente . Nosotros nos relevamos en orden , aunque sin dar la impresión de nada preparado ; antes de las seis de la mañana somos los dueños indiscutidos del velorio , la mayoría de los vecinos se han ido a dormir a sus casas , los parientes yacen en