Agenda Cultural UdeA - Año 2004 JULIO | Page 28

ISBN 0124-0854
N º 101 Julio 2004 como gabinete de curiosidades legado por un coleccionista filántropo, ni se desarrolló después como museo arqueológico, ni como museo de historia natural, como casi todos 105 de su género en el mundo. Reconstruir su historia es reconstruir la historia de un gran descubrimiento. Colombia no había sido objeti \\ l de grandes expediciones científicas internacionales como las que se organizaron a Grecia, Italia, Egipto, Asia Menor, México o el Perú durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, pues en ese país suramericano no había pirámides descomunales, ni construcciones ciclópeas, ni templos fabulosos del mundo antiguo. Había oro labrado, pero el labrado no interesaba. Lo que importaba era su peso y su pureza, para ponerlos en el mercado convertidos en lingotes. Un día se puso en el mercado, no un lingote sino un jarrón de época precolombina, y se notó que era " de muy perfecta factura '. Se percibió oficialmente que muchos otros objetos precolombinos también lo eran, y se decidió que trataran de comprarse para preservarlos. En efecto se les empezó a comprar, y pronto hubo una colección que se colocó en escaparates.
Fue entonces cuando se produjo el gran descubrimiento. Se reveló algo que hasta entonces sólo habían advertido algunos visionarios nadonales como Ezequiel Uricoechea, Manuel Uribe Angel y Leocadio María Arango, y sobre todo algunos
coleccionistas y cientificos extranjeros, o los asistentes a la [ xposición Histórico-Americana de Madrid en 1892. Se descubrió que eran cosas bellas, asombrosas e intrigantes, cosas que demostraban que la monumentalidad no es cuestión de dimensiones sino de proporciones. Se descubrió que eran grandes obras maestras en miniatura. Allí estaba un gran sabio europeo para confirmarlo, Paul Rivet De repente se encontró que había un gran motivo de orgullo nacional, y por eso comenzó a mostrársele primero a los extranjeros "( 1). El Museo del Oro de