ISBN 0124-0854
N º 106 Diciembre 2004 permanecieron hasta horas muy avanzadas de la noche. Creyendo que podríamos dormir con alguna comodidad, hicimos trasladar nuestra hamaca a una de las casas del pueblo pero la algazara que se sucedía en rededor nuestro no nos dejó conciliar el sueño. Los muchachos, tímidos al principio, llegaron a ser amigos de tanta confianza que nos tocaban la barba y decían Saricanachi capusino canopaná( padre barbado bueno l, todas las partes del vestido las veían, tocaban y examinaban y especialmente el rosario; a todo decían nerájire [ dérnelo ] pues su primer cuidado es pedir cuanto ven. No hay duda que la escena que presenciamos en Cariney, fue halagadora y especialmente la buena disposición de los indios para con los misioneros. Ya en este pueblo y los siguientes fueron muy pocos o casi ningunos los obsequios que pudimos hacer a los indios, porque los vestidos que habíamos recibido del Gobierno, la sal, ropa, herramientas, anzuelos, púas, arpones y demás cachivaches se habían agotado; sólo les dimos algunas bagatelas a las mujeres y al capitán de los Achaguas, llamado Sebastián, un pantalón rojo, a nombre del Gobierno; con esto se alarmaron las mujeres porque por el color de dichos pantalones, dedujeron que el Gobierno quería sangre, que al capitán lo llevarían a la guerra y que no debía recibidos; pero éste, que se hallaba hecho una pascua con el regalo y que no se habría quitado sus pantalones por nada, reprendió a las mujeres por su alharaca y las convenció de lo infundado de sus conjeturas. El día 15 de septiembre nos