ISBN 0124-0854
N º 106 Diciembre 2004
Afortunadamente, antes de irme a la cama, había visto un cántaro lleno de agua, el cual lo llevé a mi cabecera y saciando la sed a grandes tragos logré quedarme dormido, aunque sólo por un momento ya que me despertaba con la misma sed y más cansancio que antes. Con la luz del día me vi el rostro y descubrí que estaba lleno de manchas rojas. La gente me dijo que se debía a las picaduras de la manta blanca, un mosquito tan diminuto que tranquilamente puede pasar por una mosquitera de cendal tosco. Todas las personas de la casa habían dormido dentro de cortinas de algodón cerradas. Los mosquitos son un disparate comparados con estos pequeños monstruos. A las siete de la mañana nos pusimos en camino nuevamente, complacidos incluso al caminar lenta y penosamente por los horribles caminos que ahora encontrábamos porque habíamos dejado atrás los atormentadores mosquitos, cuyas marcas de mojarse tanto como les sea posible. El entumecimiento causado por la dura cabalgata del día se incrementa si uno se ha mojado durante la marcha. Las botas de húsar altas bien embadurnadas con aceite son una excelente protección para los pies y las piernas tanto contra la humedad como contra las rocas y las zarzas. Ahora el camino ascendía rápidamente, corriendo aún a la par del curso del río, bordeando por un momento la ladera de una colina, a doscientos o trescientos pies sobre el lecho, o bajando casi a nivel del no. En la orilla del río hallamos abundante guayaba silvestre.. Seguimos muy
lentamente a través de bosques gigantes, con raíces de árboles, rocas, y fangos profundos obstaculizando la marcha. Al cruzar los torrentes montañosos ocurre no pocas veces que una bestia de carga es llevada por la corriente, en donde, sin emuargo, pocas son las veces que se pierde. Un accidente de este tipo estuvo a punto de ocurrir en nuestro segundo cruce. Pero nuestro arriero, con extraordinaria diligencia y destreza se metió al agua y alcanzó una pequeña roca abajo del anmal, con la cual pudo llegar a la orrilla En uno de los vados más peligrosos, en donde la corriente parecía haber forzado su ruta entre dos colinas que escatimaban espacio para cruzar, encontramos a un gran número de indios pasando la corriente con sus mulas, asnos y bueyes cargados. La corriente, salía negra y apresurada de este angosto paso, con la sombra de árboles anchos e inclinados, ensanchándose más abajo e irrumpiendo en espuma por el choque con las miles de piedras que encontraba a su paso, como si sacudiera sus aguas indignada por el confinamiento temporal que había sufrido; los montañeros de aspecto salvaje, con sus trenzas negras y largas, con sus anchos sombreros, sus sandalias de cuero, picaduras permanecieron durante tres o cuatro días. No habíamos avanzado mucho cuando el camino de una inclinación casi nula se trocó por un suave ascenso de piedra; y el río, cuyo curso normal habíamos estado siguiendo, se volvió de una corriente no muy rápida y silente a un torrente montañoso y veloz que rugía. Este es el Río