Agenda Cultural UdeA - Año 2004 DICIEMBRE | Page 21

ISBN 0124-0854
N º 106 Diciembre 2004 ya! ¡ No cree que soy un estudiante! ¡ Eh!» Eran turistas de tarifa reducida, haraganes, vagabundos, gorrones, que habían acudido a ese pobre lugar porque querían ahorrar dinero. Su conversación era predecible y giraba exclusivamente en torno a los precios, el cambio de la moneda, el hotel más barato, el autobús más barato, cómo alguien «¿ Era gringo?») había conseguido una comida por quince centavos o un jersey de alpaca por un dólar o dormido con indios armara en un atrasado poblado. Eran estadounidenses, pero también había holandeses, alemanes, franceses, británicos y escandinavos; hablaban el mismo idioma, siempre dinero. Y siempre fanfarroneaban del tiempo que llevaban allí, en los Andes peruanos, resistiendo al sistema. Para un indio que vende chicles( venden chicles o jerséis) semejantes viajeros llegaban a ser desmoralizanteso El desempleo era muy elevado en Perú, los puestos de trabajo escaseaban, las calles estaban llenas de mendigos y personas sin hogar. ¿ Cómo explicar entonces esos miles de extranjeros vestidos con ponchos que deambulaban por ahí y vivían bien sin recursos visibles? Los turistas resultaban fáciles de entender; llegaban, se iban, no armaban jaleo. Sin embargo, los mochileros constituían motivo de alarma y desaliento. Tenían diversos efectos en Perú. Ante todo, mantenían baja la tasa de delincuencia. No llevaban mucho dinero, pero lo que tenían lo protegían con ferocidad. Los ladrones callejeros y carteristas peruanos que cometían el error de
intentar robar a uno de esos viajeros siempre salían mal parados de la pelea que de modo inevitable se producía. Más de una vez en Cuzco y sus alrededores oí el grito y vi a un holandés hecho un basilisco o a un estadounidense fuera de sí agarrando a un peruano por el cuello. El error que cometian los peruanos era pensar que esa gente eran viajeros solitarios; en realidad, eran como miembros de una tribu: tenían amigos que acudían al rescate. A mí no era difícil robarme, ni asaltar a Merry Mackworth; pero el barbudo patán con poncho encima de la camiseta « California es de quienes aman », mochila y billete de vuelta a Lima en autobús, eso era una historia completamente diferente; se trataba de un tipo duro, no le asustaba devolver el golpe. También hacían que los precios se mantuvieran bajos. No daban propinas ni compraban nada que fuera muy caro. Regateaban en los mercados como los propios peruanos, compraban tomates o fruta al precio normal y no pagaban un centavo más de lo que tenían que pagar. Su sola presencia en un lugar indicaba que había comida y alojamientos baratos: se mantenían en un barrio de Lima, no pisaban Huancayo, eran numerosos en Cuzco. El turista paga cualquier precio si se ve obligado a ello: no tiene planes de quedarse mucho. Estos otros viajeros eran tacaños inquebrantables; no tenían un marcado efecto sobre Perú, era evidente que no lo mejoraban, aunque quizá era mejor eso que un torpe intento de colonización por medio de hoteles caros. El argumento de que