ISBN 0124-0854
N º 106 Diciembre 2004 marrón oscuro de aislamiento, y aún quedaban gente por qué eran los indios tan aficionados a
señales del terremoto ocurrido treinta años atrás. Prácticamente los únicos edificios que no se derrumbaron fueron los fuertes y los templos incas de la periferia, que son indestructibles. En cada esquina había indios vendiendo jerséis de alpaca, alfombras, ponchos y gorros tejidos. Los indios parecen tener una base ancha, como piezas de ajedrez, sobre todo las mujeres, que llevan tres faldas, una encima de otra, y gruesos calcetines hasta las rodillas. Son bajos y fornidos y uno pensaría, al verlos, que es imposible hacerlos caer. Van bien abrigados porque son expertos tejedores y consiguen la materia prima-la lana de alpacade sus animales domésticos. Sólo el sombrero no está tejido; rara vez ve uno un indio sin sombrero, por lo general, de fieltro sin curtir. A lo largo de las últimas semanas me habla dedicado a preguntar a la
esos sombreros; las explicaciones no eran ni ingeniosas ni interesantes, y ninguna daba cuenta de por qué tenían tanto éxito los sombreros europeos. Oí a dos turistas comentar el tema en Cuzco. Sigo sin entender lo de estos sombreros- <: lija el primer hombre. Es como los sellos, ¿ no?-¿ Los sellos? Sí. Todo el mundo lame los sellos, pero nadie ha hecho nunca un estudio para saber si eso es malo para la salud. Pasa lo mismo con estos sombreros. Por primera vez desde mi salida de Estados Unidos en ese viaje sin rumbo vi a otros viajeros sin rumbo. Yo me hacía pasar por profesor, ellos decían ser estudiantes. Ser estudiante tenía ventajas: billetes, tarifas, hostales, entradas. Unos velludos bufones de mediana edad se quejaban en los mostradores de los billetes y gritaban: « iOi9a, que soy estudiante! iVenga