Agenda Cultural UdeA - Año 2004 ABRIL | Page 10

ISBN 0124-0854
N º 98 Abril 2004 mismo conmigo ». Cuando niño, Gabriel exigió que le mostraran lo que había detrás de la pantalla; el adulto García Márquez parece haber repetido el mismo deseo. En 1986, el escritor ha convertido en relato periodístico el rodaje clandestino de la película Acta general de Chile, filmada por Miguel Littín en la dictadura de Pinochet [ emitida por TVE en julio de 1986). « Pensé que detrás de su película había una película sin hacer que corría el riesgo de quedarse inédita...)}.
Alejo Carpentier: El recurso del método El dictador. de M. Littín
Acaso el título más logrado de Littín sea Actas de Marusia, su posterior incursión en la cinematografía cubana y mejicana no le ha permitido conseguir una obra tan sig nificativa como aquélla. El filme ahora comentado, que en España se ha bautizado como El dictador, es una adaptación de la obra de Alejo Carpentier El recurso del método, coproducida por Méjico, Francia y Cuba. La amplia tradición literaria de la que goza la figura del dictador latinoamericano no ha sido dada rigurosamente por el cine; libros como Tirano Banderas, El señor Presidente, El otoño del patriarca, universalmente conocidos, junto a otros como Facundo o El matadero, nos han presentado desde diversas perspectivas los rasgos peculiares que han
caracterizado a semejante gobernante. La novela de Carpentier, con un lenguaje tan rico como todo lo suyo, corría el peligro, al adaptarla al cine, de quedarse en lo anecdótico o de ofrecerlo desde ópticas poco eficaces. De todas formas, aquí está este curioso espécimen recreado por Littín, que lo mismo puede referirse a dictadores como Estrada Cabrera o Ubico, Orellana o Pinochet; el « héroe » se nos presenta como el retrato robot del « Señor Presidente » sudamericano más allá de tiempo y espacio concretos. Littín se ha servido ocasionalmente de algunos pasajes del libro de Carpentier para darlos como « voz en off »; buena parte de los diálogos son también literales; el resto, la visión del personaje, que es lo fundamental, lo ofrece el realizador con personales modos expresivos en los que se combina el esperpento con ciertos toques de « realismo mágico », la farsa con apuntes de cine político. El director se ensaña con su personaje hasta reducirlo a mero pelele; tras haberlo enfrentado a las fuerzas progresistas y revolucionarias, a las compañías norteamericanas, a su propio pueblo, le hace vivir el mundo del exilio en un cosmopolita París que lo engulle como a cualquier otro desconocido; para colmo, le obliga a mirar la otra revolución, la pictórica, que también cuelga de la pared, como la hamaca en la que el dictador duerme sus últimos sueños.
Manuel Puig: El beso de la mujer araña