Agenda Cultural UdeA - Año 2003 NOVIEMBRE | Page 11

ISBN 0124-0854
N º 94 Noviembre 2003 según una matriz metropolitana diferente. ¿ Qué fue lo que vieron, entonces, esos pasajeros de paso por la cadena insular? Lo que notaban al acercarse a las aguas del Mediterráneo americano era el cambio en el clima, que permitía pasear sin abrigos por la cubierta, disfrutar o, en su caso, sufrir el calor excesivo. " El sol quemante hacía presentir la vecindad de las Antillas "( 1). Después se fijaban en el paisaje, especie de paisajefrontera que marcaba la distancia entre el Viejo y el Nuevo Mundo. En sus relatos, los plantíos de palmeras y de plátanos surgen como los símbolos de la región en la que las miradas fueron orientándose a la vegetación lujuriosa del trópico. Los grandes cocoteros que " agitan sus cabezas elegantes "( 2) y mecen sus verdes penachos al viento, las plantaciones de cacao, las palmas datileras, los árboles del pan, los palmares( que según Eisée Reclus pertenecen a más de treinta especies) son los personajes principales que desfilarán en los textos de los viajeros, en los que el verde radiante, el azul del mar, la claridad de las aguas, serán parte de las descripciones( 3). A propósito del azul del mar, la célebre marquesa Calderón de la Barca, en una de sus cartas, escritas a finales de los años cuarenta, nos dice que su entrada a las Antillas fue por " los bancos de las Bahamas, muy clara y azul el agua, con la crema de su espuma que parece crecer sobre perlas y turquesas "( 4). Otros describen cómo
se deslizaban sus embarcaciones en el azul intenso de las aguas caribeñas. En la contraparte, con frecuencia se habla del cielo en fuego, del disfrute provocado por los gloriosos amaneceres, de los espectáculos mágicos del atardecer, de la noche( espléndidas noches de luna llena) y, también, de los aromas de los limoneros y de las maderas: " Cada tarde el cielo se ve como fuego, los rayos luminosos surcan las nubes, raramente son seguidos de tormentas pero sí de truenos y de lluvia; las nubes presentan un espectáculo mágico, con la puesta del sol son de un rojo encendido y el cielo ofrece una infinidad de figuras. En la noche... el olor suave de los limoneros y de la madera de campeche se siente a ocho leguas a los lados "( 5). William Robertson, uno de los viajeros que cruzó el mar Caribe a mediados del siglo XIX, declaró con gran entusiasmo que: " Ningún lápiz obedeciendo a la inspiración del más grande genio pudo traducir, a solicitud, el esplendor y los colores de un amanecer tropical... la grandeza y belleza de la luminosa pero evanescente escena... " Aun aquellos forasteros que quisieron mantener cierta distancia, o pretendieron controlar sus emociones, exclamaron: iQué hermosa la floresta de cocotelos, qué extraña la costa cubierta de innumerables nopales! No puede decirse que este paisaje sea infinitamente maravilloso, aunque la novedad atraiga... y sin embargo, es aquí donde se ve por primera