Agenda Cultural UdeA - Año 2003 FEBRERO | Page 30

ISBN 0124-0854
N º 86 Febrero 2003
Un vecino llamó a la dueña a Dorset, y le dijo que era un escándalo que su casa estuviera vacía, cuando había personas jóvenes buscando alojamiento, luego de lo cual ella nos arrendó la casa. Después de que habíamos vivido allí durante unos años, quisimos comprar la casa y arreglarla. Pedimos una hipoteca a la Universidad. Sin embargo, la Universidad hizo un estudio y decidió que no era una buena inversión. Finalmente recibimos una hipoteca de una sociedad inmobiliaria, y mis padres nos dieron el dinero para renovar la casa. Vivimos allí por otros cuatro años, pero se hizo demasiado difícil para mí manejar los escalones. Por este tiempo, la Universidad ya me apreciaba un poco más y había un Tesorero diferente, dado lo cual nos ofrecieron un piso en la planta baja de una casa que poseían. Esto me satisfizo, porque tenía cuartos grandes y las puertas anchas. Era suficientemente central para que yo pudiera ir a la oficina o a la Universidad en mi silla de ruedas eléctrica. También era bueno para nuestros tres niños, porque estaba rodeada por un jardín que era cuidado por los jardineros de la Universidad.
En 1974, era capaz de alimentarme solo, y de entrar y salir de la cama. Jane se las ingeniaba para ayudarme y criar a los niños, sin ayuda extema. Sin embargo, las cosas fueron poniéndose más difíciles, por lo que decidimos traer a uno de mis estudiantes de investigación a vivir con nosotros. A cambio del alojamiento gratuito, y mucho de mi
atención, me ayudaba a levantarme y acostarme. En 1980 cambiamos a un sistema de enfermeras privadas y comunitarias, que venían durante una o dos horas en la mañana y en la tarde. Esto duró hasta que cogí una pulmonía en 1985, y tuvieron que hacerme una traqueotomía. Después de eso, tuve que ser cuidado por enfermeras 24 horas al día. Esto fue posible gracias a las donaciones de varias fundaciones.
Antes de la operación, mi pronunciación había ido haciéndose cada vez más confusa, por lo que sólo unas cuantas personas que me conocían bien podían entenderme. Pero por lo menos me podía comunicar. Yo escribía los ensayos científicos por medio del dictado a una secretaria, y daba los seminarios a través de un intérprete que repetía mis palabras más claramente. Sin embargo, la operación de traqueotomía eliminó totalmente mi capacidad de hablar. Durante un tiempo, la única manera en que yo pude comunicarme fue deletreando las palabras letra por letra, levantando mis cejas cuando alguien apuntaba a la letra correcta en un alfabeto impreso. Es bastante difícil mantener una conversación así, para no hablar de redactar un ensayo científico. Sin embargo, un experto en computadoras de Califomia, Walt Woltosz, oyó hablar de mi condición y me envió un programa de computadora que había desarrollado, llamado el Ecualizador. El programa me permitía seleccionar las palabras de una serie de menús en la pantalla, apretando un interruptor con mi