ISBN 0124-0854
N º 86 Febrero 2003 borradas, dando la impresión de que estuvieran pensando en contraerse hasta una humilde y modesta D. Pero cuando Jim, James Dillingham Young volvía a casa y subía hasta apartamento, la señora Dillingham Young [ a quien ya hemos presentado como Della) lo llamaba Jim y lo abrazaba. Todo lo cual está muy bien. Della puso fin a su llanto y se ocupó de sus mejillas con el sacudidor De pie junto a la ventana, fijó su mirada en el gato gris que camina sobre la gris empalizada del patio trasero, gris también. Mañana sería Navidad y ella tenía sólo un dólar con ochenta y siete centavos para comprar a Jim un regalo. Había ahorrado cada centavo que pudo durante meses, y éste era el resultado. Veinte dólares a la semana no eran mucho. Los gastos habían sido mayores de lo calculado. Siempre era igual. Sólo $ 1.87 para comprarle un regalo a Jim. ¡ cuántas horas felices pensando en algo lindo para Jim! Al raro, fino y
valioso. Algo más o menos digno de que Jim
fuera su propietario. Entre las ventanas del cuarto había un espejo de cuerpo entero. Quizás los lectores conocen los espejos de cuerpo entero en un apartamento barato. Una persona ágil y delgada puede, al observar su reflejo en una rápida secuencia de franjas longitudinales, obtener una justa y correcta idea de su apariencia. Della, por ser delgada era maestra en ese arte. Súbitamente se apartó de la ventana y se paró frente el espejo. S ojos brillaban, pero su cara, durante veinte segundos, había perdido el color. Con rapidez se soltó el cabello y lo dejó caer en toda su longitud.
Dos eran las posesiones de los Dillingham Young en las que ambos cifraban enorme orgullo. Uno, el reloj de oro de Jim, heredado de su abuelo y de su padre. El otro, el cabello de Della. Viviera la reina de Saba en el apartamento de enfrente, le habría bastado secarse el cabello en la ventana para despreciar los regalos y joyas de su majestad. Fuera el rey Salomón el conserje, con todos sus tesoros amontonados en el sótano, Jim necesitaría solamente mostrarle el reloj cada vez que se cruzaran para verlo tirarse las barbas de envidia. y bien, el cabello de Della caía en ondas por su espalda, refulgente como una cascada de aguas pardas. Le llegaba hasta más abajo de la rodilla y daba la impresión de ser casi su vestido. Un momento después lo recogió rápida y