ISBN 0124-0854
N º 86 Febrero 2003 momento, antes de que empezara el baile de esa noche, levantaba un brazo y se despedía del público. Se oían aplausos y rechiflas y él salía para su casa, demasiado visible, demasiado anónimo, como pieza viva, sin ajustar, de la leyenda del Hombre Caimán. Plato, Magdalena, diciembre 12 all S de 1996 Nota:( 1) En Crescencia Salceda, mi vida, una recopilación de conversaciones de Jorge Villegas y Hernando Grisales con el legendario músico, y publicada en Medellín en 1976, Salcedo reconoce que en 1924 compuso una canción llamada El hombre caimán, recreando la historia de un amor de prohibiciones rotas día a día en las orillas del río, en el puerto de Magangué.
Desfile de mitos y leyendas
Ahora no se trata de una fiesta, sino de un desfile. La admiración y el gusto de los espectadores viendo monstruos horrendos convertidos en seres danzantes; el entusiasmo de paisas arracimados en balcones y ventanas de terceros y cuartos pisos, trepados a cuanto árbol o cornisa lo permitiera, o apiñados a lado y lado de la avenida La Playa para ver pasar la procesión de engendras, eran testimonio de la alegría colectiva que fluía por esa calle, y para todos era fácil, aunque en forma efímera, sentirse en una fiesta. Medellín tiene casi dos millones de habitantes, y es claro que no todos estaban ahí, y apenas sí una cantidad reducida, que, sin embargo, fue suficiente
para colmar las calles por donde discurrió la marcha y para desbarajustar el estrecho centro de la ciudad. Miguel Barbosa, un payaso de doce años que actúa en buses y en corrillos de parque con un paquete de chistes flojos y sabidos, quedó sin qué hacer. Tuvo que esperar a que terminara el paso de los espantos y la ventolera de gente detrás de ellos. Este payaso es un muchacho, pero ya sabe que la alegría prende fácil, se pega de la gente y, en consecuencia, esperó tranquilo, ilusionado con el previsto beneficio de la noche. Todos estarían alegres y la alegría afloja las riendas de los bolsillos. Peatones y pasajeros, hombres y mujeres, gastarían más. La suerte así echada es segura, pero además era 7 de diciembre, en días y noches había madurado la Navidad, y así fuera empujada desde días atrás por las cadenas comerciales, ese día se iniciaron los festejos decembrinos. En los barrios, fulgor de velas y de niños iluminó los frentes de las casas. Es fuego para celebrar que María sí es la Madre de Dios, pero nadie necesita saberlo y lo realmente importante es encender las velas. En fábricas, edificios, parques y calles se encendieron miles de bombillas de colores; el río corría insomne con las aguas iluminadas por el montón de luces que le