ISBN 0124-0854
N º 86 Febrero 2003 abrió, Jim pasó y la cerró. Se lo veía delgado y muy serio. iPobre muchacho, tenía sólo veintidós años y ya con a carga de una familia! Necesitaba un abrigo, no tenía guantes. Jim se detuvo adentro, tan inmóvil como un perro de caza al olfatear las codornices. Sus ojos se mantuvieron fijos en Della, con una expresión que ella no pudo leer y que la llenó de terror. No era rabia, ni sorpresa, tampoco desaprobación, ni horror ni ninguno de los sentimientos para los que estaba preparada. Simplemente la miraba fijamente con aquella peculiar expresión en su rostro. Tambaleándose abandonó la lTl, esa y fue hacia él.- Jim, querido-exclamó-, no me mires de esa manera. Me corté el cabello y lo vendí pues no soportaba la idea de una Navidad sin regalarte algo. Crecerá de nuevo. No te preocupa, ¿ Verdad? Sólo tengo que dejarlo. Mi pelo crece terriblemente rápido. Deséame Feliz Navidad Jim, y seamos felices. No te imaginas qué tan lindo, tan maravilloso regalo te compré.- ¿ Te cortaste el pelo?- preguntó Jim con dificultad, como si no pudiera aceptar el hecho aún con el más arduo trabajo mental-.- Me lo corté y lo
vendí-dijo oella- ¿ No te gusto de todas maneras? Soy yo sin pelo. ¿ No crees? Jim miró el cuarto con curiosidad.- ¿ Dices que tu pelo desapareció?-dijo con aire de estupidezo- No necesitas buscarlo-dijo oella-. Lo vendí; vendido e ido. Es víspera de Navidad, muchacho. Sé bueno conmigo, fue por ti. Tal vez los cabellos de mi cabeza pueden contarse-prosiguió con una repentina y seria dulzura-, pero nadie podrá contar jamás mi amor por ti ¿ Pongo las chuletas al horno, Jim? Jim pareció despertar de su trance. Abrazó a su oella. Por diez segundos miremos con escrutadora discreción algunos asuntos triviales. Ocho dólares por semana, un millón al año, ¿ cuál es la diferencia? Un matemático y un inteligente te darían la respuesta equivocada. Los magos traían regalos de valor, pero ese no figuraba entre ellos. Esta hermética afirmación será sólo más tarde aclarada. Jim sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y lo colocó sobre la mesa.- No me malinterpretes, Dalla-dijo-o No creo que exista ningún estilo de cabello, ningún corte ni shampoo que me hagan quererte menos. Pero si abres este paquete podrás darte cuenta por qué me he puesto así. Blancos y diestros dedos rompieron la cinta y el papel. Luego vino un alarido de alegría; y luego, ay! todo se volvió lágrimas y sollozos histéricos que requirieron del emp ea inmediato de todos los poderes reconfortantes del señor de la casa. Allí estaban los peines( el juego de