Agenda Cultural UdeA - Año 2003 ABRIL | Page 16

ISBN 0124-0854
N º 86 Abril 2003 indumentaria colorada y el tarrito de manteca, de incalculables consecuencias. En ningún caso hay final feliz, hasta que los hermanos Grimm, sintiendo sin duda una gran pena por suceso tan triste, tomaron en préstamo el episodio del cazador, de otro cuento, E / lobo y los siete cabritos, y se lo pegaron por detrás a nuestra historia, sin muchos miramientos. La cuestión era devolver a la vida a abuela y nieta, enteritas, desde la barriga del lobo, pese a haber sido devoradas. Hay que aclarar que Caperucita también se coló en la colección de los dos filólogos alemanes, quienes quisieron hacernos pasar por auténticamente germánica una narración que no era sino un nuevo arreglo sobre la que les contó una amiga de ascendencia francesa.( Pero eso le ocurre a cualquiera. A José Ma Guelbenzu le sucedió. Se le coló en una colección de cuentos españoles nada menos que El gato con botas, que ya los hermanos Grimm quitaron de su antología a partir de la segunda edición, tras percatarse de que era otra leyenda exclusivamente francesa). Pero sigamos. Lo que nos interesa ahora destacar es que fue esa versión recompuesta una y otra vez la que conquistó el mundo, a partir de 1812, para desesperación de etnógrafos y folcloristas, y por alguna razón tan profunda como mal conocida. Necesario será ya acudir a la opinión de otros expertos: los psicólogos y los psicoanalistas. Dos en particular: Bruno Bettelheim y Erich Fromm. Tomando como base el consabido conflicto freudiano entre el principio del deber( acudir en socorro de la
pobre abuelita) y el principio del placer( entretenerse por el bosque cogiendo florecillas y charlando con desconocidos), uno y otro llegan a diferentes conclusiones, o quizás sean complementarias. Para el primero, Caperucita, una vez superada la fijación oral( representada por Hansel y Gretel), encarna el problema de un complejo de Edipo mal resuelto, que retorna en la pubertad, y que la arroja inconscientemente a la posibilidad de ser seducida. Ni que decir tiene que el lobo es la figura de todo hombre, padre incluido. Para el neoyorquino, la caperuza roja y el tarrito de manteca no pueden ser otra cosa que la primera menstruación y la virginidad, respectivamente. Por uno u otro lado rondan los peligros de un sexo prematuro, en el que no son inocentes ni la madre ni la abuela, quienes al empujar y reclamar a la niña por un camino tan peligroso, en realidad la están induciendo a desviarse. ¿ Creeremos por esto que Caperucita es inocente? En absoluto. También ella está deseando perder de vista a las dos. Con notable gracejo, escribe Bettelheim: " Sólo los adultos, que están convencidos de que los cuentos son absurdos, pueden dejar de ver que el inconsciente de Caperucita está haciendo hora extras para librarse de la abuela ". De las ansiedades edípicas y los sentimientos ambivalentes hemos de enlazar con los antropólogos, en este caso Vladimir Propp. El gran formalista ruso no se conformó con descubrir la relojería interna de los cuentos de hadas, sino que nos aportó valiosas noticias