Agenda Cultural UdeA - Año 2002 SEPTIEMBRE | Page 7

ISBN 0124-0854
N º 82 Septiembre de 2002
Podemos elegir entre un antes y un después a partir del amanecer del 12 de octubre de 1492. Los hechos y circunstancias, que comenzaron a desencadenarse desde este“ encuentro de culturas” aborígenes e hispano – lusitanas, suprimieron un pasado y forzaron una posteridad. Al investigar más allá de los tumultuosos desembarcos del siglo XV, un vikingo talla runas en un rincón de la selva amazónica o en lo alto de una cumbre andina. Ellos se adelantaron a todos los demás. Según la historia oficial, en 1002 el noruego Leif Erikson y sus hombres partieron de Islandia, y fueron los primeros europeos que atravesaron el océano Atlántico y llegaron a América del Norte, a la cual denominaron Vinlandia. Desde allí habrían incursionado hasta las tierras de México, Perú, Brasil e inclusive el Paraguay. Quinientos años antes que Colón no descubriera, sino que tropezara con un continente que de nuevo no tenía nada, estos europeos nórdicos lograron comunicarse y convivir sin
violencia con las culturas preexistentes. Tanto fue así que quizás cierta actitud confiada al recibir a las huestes hispanas se debiera al hecho de que antes que ellos otros hombres blancos habían resultado inofensivos.
El mito del cacique rubio Luego de las exitosas incursiones exploratorias de sus ancestros vikingos, los escandinavos reaparecieron por América hacia el siglo XVII. Recordemos que su regreso casi coincide con la gran clausura del imperio español impuesta hacia fines del XVI. Cerrazón por la cual, entre otras cosas, se prohibió a todo súbdito hispano, bajo pena de muerte, estudiar en el extranjero. Con excepción de las universidades de Bolonia, Nápoles y Coimbras que pertenecían al dominio de la corona peninsular. El daño cultural fue tan importante que toda Iberoamérica pagaría caro aquella regresión. Mientras tanto, en el resto del mundo la modernidad se difundía sin prisa y sin pausa. Tanto es así que hasta el mismísimo Descartes, padre de los nuevos tiempos, fue a concluir sus días en Suecia.
Es por aquellas épocas, cuando los escandinavos desembarcaron en Norteamérica y fundaron Nueva Suecia. El proyecto colonizador fracasó en 1731. Luego persistieron con un nuevo asentamiento en la desembocadura del río Orinoco que tampoco prosperó, hasta que en 1784 los acuerdos de Versalles les habilitaron la posesión de la isla de San Bartolomé en las Antillas Menores. Allí operará durante el resto del siglo XVIII y principios del XIX un peculiar“ puerto libre” llamado Gustavia. Un portal de muy buenos negocios ligados al mercado negro y el tráfico de armas. Francisco de Miranda y Simón Bolívar, entre otros independentistas sudamericanos, se dice que recurrieron a surtirse en aquel fondeadero tolerante y discreto.
Apertura de nuevos mercados, operación política, boicot a la corona española, quién sabe, la cuestión es que los suecos de aquel entonces, en sintonía con sus primos ingleses, demostraron claras intenciones de afincarse por estas tierras exóticas.