ISBN 0124-0854
N º 83 Octubre de 2002 había conocido el amor y el desamor; al parecer se enamoró de una joven que lo abandonó por un extranjero que se la llevó para nunca más volver. Desde entonces ingresó como jefe de esta oficina, tal vez buscando algún rastro de su novia en las distancias acortadas por las cartas.
Algunas señoras que lo conocieron desde niño cuentan que siendo un infante se pasaba tardes enteras sentado en la puerta de la Oficina del Correo, soñando con el día en que toda la correspondencia del pueblo entrara y saliera a través de sus manos. En su autismo sólo parecía interesarse por el mundo de los mensajes escritos, de la palabra que recorre el mundo a través de los mares, los cielos y los largos caminos de herradura, trochas o carreteras; ese mensaje que trasunta un grito represado dentro de un sobre de papel, como mariposa blanca hendiendo el tiempo y el espacio, y que espera cumplir su periplo para llegar a las manos y a los ojos del que aguarda por ella.
En las tardes solitarias, cuando todo el murmullo de aquel pueblo era silencio y los silbos arrullaban la siesta, Heliantemo solía recordar al padre Raviolo, que llegó un día cuando él aún no había nacido, procedente de un lejano pueblo italiano. Se alojó en la parroquia y ofició en ella hasta el día de su muerte sin salir nunca de allí, pues su alma echó raíces en aquella región y parece ser que las raíces del alma son más hondas que las del cuerpo. Cada mes el sacerdote
llevaba una misiva cuyo destino y destinatario eran siempre los mismos, pero nunca le llegó una respuesta; sin embargo, no se le notaba angustia o desesperación por esto: debía saber que jamás le escribirían … ¿ Quién y por qué era tan indiferente a esta insistencia?
Caso contrario era el de la señora Matilde del Río, que religiosamente llegaba cada 31 de diciembre a buscar correo. Cuando le entregaban un sobre grande, al parecer una tarjeta, lo recibía con una sonrisa y luego lo rompía sin abrirlo. Ante el asombro de Heliantemo únicamente quedaba el taconeo de la señora Del Río, mientras se alejaba por la calle del parque a preparar la nochebuena, luciendo sus abundantes carnes dentro de un traje amarillo; acaso como agüero para el nuevo año.
Al jefe del correo siempre le gustó la geografía. Su mayor placer era estudiar los mapas tratando de buscar las islas más pequeñas y los lugares que a sus ojos de niño parecían más lejanos. Alguna vez creyó ubicar el país de los Pigmeos, que para él era " el pueblo más lejano del mundo ". Solamente cuando llegó a viejo, curtido de distancias que marcó la lejanía, entendió que ella era absolutamente relativa al amor, al deseo, al temor, a la alegría; en fin, solía decir que " la distancia se lleva en el corazón de cada hombre ".
A pesar de que Heliantemo nunca salió del pueblo, gran parte del mundo pasó por sus