ISBN 0124-0854
N º 83 Octubre de 2002
Luisa Cecilia Flórez Ruiz * Continuando con los cuentos del Taller de Escritores de la Universidad de Antioquia, presentamos a nuestros lectores este relato sobre el encargado de una oficina de correos que sigue cumpliendo sus deberes inclusive más allá de su muerte.
El hombre del
correo
H an pasado algunos años desde que murió Heliantemo Dosquebradas, el antiguo jefe de la Oficina del Correo. Comentan en el pueblo que en algunas ocasi ones, especialmente a la medianoche de los días festivos, se le ve caminando con laxitud hacia el que fue su lugar de trabajo, abre la puerta, entra y no vuelve a salir. Dicen que ésa es su alma en pena, que aún permanece detrás del cubículo de madera, recibiendo y entregando misivas, imaginando los destinos de éstas en la geografía que la costumbre de los lugares marcó en su memoria.
Heliantemo madrugó toda su vida para abrir puntualmente las puertas del correo. Más de cincuenta años dedicados a este oficio le blanquearon la cabeza, y sus ojos terminaron
por ocultarse detrás de unos lentes gruesos. Era un hombre de mediana estatura, de rostro pálido y enjuto, mirada triste e interrogadora, de labios pequeños que nunca aprendieron a sonreír por lucir el gesto amargo de la soledad. Sus manos huesudas revelaban la tristeza que dejan los pasos sin regreso. Siempre estaba vestido con pantalón negro y camisa blanca de mangas largas; era como una fotografía en el mismo sitio junto a la registradora, con cubremangas, boina y corbatín negros. No se le conocieron parientes ni amigos; perennemente estaba solo y no existieron más de tres sitios que frecuentara: su casa, el mercado y el trabajo. Así como las cartas, tenía también una extraña expresión de ausencia. Cuando terminó la secundaria ya