ISBN 0124-0854
N º 85 Diciembre de 2002 eluden incluso este mínimo de trabajo ; por indignan ante la idea de la ociosidad para ejemplo , todos aquellos que heredan bienes y todos aquellos que se casan con quien los tiene . Yo no creo que el hecho de que se consienta a estas gentes permanecer ociosas sea ni cercanamente tan perjudicial como el que se espere de las clases obreras que trabajen en exceso o que se mueran de hambre .
Si el obrero ordinario trabajase cuatro horas al día , sería suficiente para todos y no habría paro – dando por supuesta cierta muy moderada cantidad de organización sensata –. Esta idea sorprende a las clases pudientes , porque están convencidas de que el pobre no sabría cómo emplear tanto ocio . En Norteamérica , los hombres trabajan , a menudo , durante largas horas , aun cuando ya estén bien situados ; tales gentes , naturalmente , se
los jornaleros , excepto si ésta adopta la forma del inflexible castigo del paro ; en realidad , les disgusta el ocio inclusive para sus hijos . Y lo que es bastante extraño , mientras desean que sus hijos trabajen tanto que no les quede tiempo para civilizarse , no les importa que sus mujeres y sus hijas no tengan ningún trabajo en absoluto . La jactanciosa admiración por la inutilidad , que en una sociedad aristocrática abarca a los dos sexos , queda limitada , en una plutocracia , a las mujeres ; ello , sin embargo , no la pone en situación más acorde con el sentido común .
El sabio empleo del ocio – hemos de concederlo – es un producto de la civilización y de la educación . Un hombre que ha trabajado durante largas horas