ISBN 0124-0854
N º 81 Agosto de 2002 acerca de lo recomendable o adecuado que podía ser la actividad física para la mujer. Los partidarios del deporte femenino argumentaban que la actividad física era necesaria para mejorar el estado de salud de la mujer. La profesión médica en general asumía el principio victoriano ampliamente aceptado, según el cual la mujer era moralmente superior, una especie de modelo « natural » de los valores sexuales y morales. Consideraban que al someter su cuerpo a esfuerzos extenuantes, las mujeres arriesgaban su capacidad de procrear y faltaban por lo tanto a su deber moral con la sociedad( Enrenreich y English, For her own good, 1978). Este principio contaba con el apoyo de la teoría vitalista, muy difundida en la fisiología de la época( Lenskyj, Out of bounds: Women, sport and sexuality, 1986). El vitalismo sostenía que el organismo humano obtenía su energía de una fuerza vital limitada y no renovable, que sólo debía
gastarse en beneficio de la familia, Dios o la patria. Se pensaba que el ciclo menstrual, la gestación, la lactancia y la menopausia eran acontecimientos que consumían gran parte de la energía vital y que dejaban muy poca energía disponible para la actividad física. Además, se creía que el deporte provocaba un desarrollo muscul ar excesivo en las mujeres y causaba desplazamientos uterinos.
En un artículo titulado « Women and athletics » publicado en 1930 en Olympics for Girls, Rogers se refiere a una declaración sobre los riesgos de la participación femenina en los Juegos Olímpicos, que afirmaba: « El desarrollo de la belleza y la feminidad en las jóvenes es necesario para atraer a los mejores padres para sus hijos, para crear unas condiciones físicas sanas orientadas a la procreación y para sentar las bases de unas pautas emotivas y sociales
verdaderamente maternales ». Tanto en el ámbito médico como en el del deporte y la educación física, prosiguió el debate sobre la salud y el bienestar de las mujeres deportistas. La idea de que las actividades físicas de la mujer debían ser determinadas por los miembros de la comunidad médica y otros expertos llegó a estar profundamente arraigada durante la guerra. Las actitudes negativas de los profesionales del deporte y de la comunidad médica contribuyeron a frenar el desarrollo del deporte femenino de alta competición. Numerosos profesionales de la medicina seguían afirmando que la naturaleza había dotado a la mujer con el desarrollo muscular necesario para los trabajos propios de su sexo y para la procreación, y que las mujeres que practicaran deportes se verían sometidas a tensiones físicas y mentales perjudiciales para ellas. Aconsejaban en cambio la realización de ejercicios orientados a estirar los ligamentos pélvicos, para aliviar la dismenorrea y otros « problemas femeninos ». En