ISBN 0124-0854
N º 77 Abril de 2002 transformado el amor platónico, despertado por la mujer de los sueños, en algo así como una pesadilla. El asunto del dinero, como sabemos, una constante incómoda y nada cantabile. Pero tiene la salud por delante y la cabeza llena de proyectos, donde hacen fila de espera los personajes de la Eneida, el niño Jesús y los héroes de Shakespeare y Goethe. ¿ Qué más se le puede pedir al cuerpo?, debía pensar tal vez Berlioz cuando el optimismo le guiñaba el ojo en las noches estivales previas al estreno del Réquiem.
El ministerio había estipulado que el Réquiem sería ejecutado el 28 de julio de 1837, día de celebración del servicio fúnebre por las víctimas de la revolución de 1830. Por lo tanto ahí tenemos al pobre Berlioz desesperado buscando quien le copie las partituras para un coro y orquesta salvajemente numerosos. Afortunadamente ahora podía pagar un copista, porque antes, era él mismo quien tenía la agradable tarea de componer y la pavorosa de escribir todas las partituras de sus obras nada estoicas en la instrumentación. Ahí lo vemos pues corriendo de un lado a otro, contactando a los intérpretes, negociando con los caprichosos utileros, cuadrando los horarios y el lugar de los ensayos, indicándole al director escogido cómo debía dirigir al mismo tiempo tanta voz agrupada para que el asunto sonara a orden y no a caos.
y en esas anda cuando le llega una cartica ministerial, respetuosa pero implacable. Habrá ceremonia fúnebre, claro está, es el alimento espiritual de Francia desde los tiempos de Clovis, pero nada de música. El impacto fue doloroso. Sin embargo, Berlioz sabía el valor de lo hecho. Estaba convencido de que su Réquiem era ya un hito en la historia musical de todos los tiempos, así nadie lo escuchara. Todo artista debe pasar una prueba esencial ante su propio proceso creativo. Berlioz la tuvo y la pasó con el Réquiem. Conocida la decisión del ministerio, el compositor se calmó y entonces pudo decir con seguridad: "¡ No importa! El Réquiem existe y
es algo que marcará al arte."
De todos modos era un deber presentado. El problema era esperar. Una batalla que dejara honorables muertos por la patria, o una tragedia de cualquier índole donde Francia diera unas cuantas vidas. La cuestión es que se produce una carnicería humana en un acontecimiento llamado la toma de Constantino, donde muere un general y quién sabe cuántos soldados, y ahí está Berlioz con la noticia de que su Réquiem será estrenado en la iglesia de Los Inválidos con príncipes, ministros, diputados, y prensa francesa e internacional a bordo. En resumen,. La brecha con sus enemigos musicales se ahondó. Sobre todo con el don Cherubini, que entonces era el mandamás del mundo musical de París. Es obvio que a éste no le haya gustado para nada la intromisión de un jovencito afiebrade en el ámbito de sus logros. La usanza consistía en presentar para tales ocasiones una de los dos misas de Cherubini, y no el galimatías de un músico empírico que jamás había pasado por las aulas de un conservatorio prestigioso. Desde el punto de vista de la aridez académica, Cherubini y sus seguidores tenían razón, y hasta donde lo pudieron sus fuerzas, le cerraron todas las puertas a un Berlioz que sabía más armonía y orquestación que ellos. Pero desde la ventanita del arte que da ampliamente al futuro, el Réquiem es una majestuosa arquitectura al lado de las frágiles misas de Cherubini, misas más entre tantas que dan hambre y hacen bostezar.
Decíamos que las cosas comenzaron mal en el aspecto económico. Y no es para menos cuando en cuestiones artísticas las instituciones gubernamentales meten sus manos un poco torpes. En primer lugar, a Berlioz le tocó hacer un curso de varios meses, diligencias, ires y venires, cartas, ruegos para que el ministerio pagara a los músicos y al copista. Pero todo se volvió eterno cuando el compositor cobró los 3.000 francos por su obra. Finalmente fue necesaria una de esa rabietas berliozanas, parecidas al acabose de sus grandes momentos orquestales, para que un empleaducho, extraído de una novela de Balzac, se moviera y sacara de un cajón polvoriento el bono del dinero. Dos años después, para resarcir el entuerto, el tal