Agenda Cultural UdeA - Año 2001 SEPTIEMBRE | Página 22

ISBN 0124-0854
N º 71 Septiembre de 2001
significaba que, en aquellos siglos, todo el rito, toda la liturgia, todo el lenguaje eclesiástico del mundo cristiano se hiciera según el rito galicano o rito latino, y que aquí, en cambio, tuviéramos otro rito, propiamente ibérico: el rito mozárabe. Durante muchas décadas, el Rey de Francia desde París y el Papa desde Roma presionaron y presionaron a los reyes, a los nobles, a los clérigos de la jerarquía eclesiástica española, para que abandonaran el rito mozárabe e incorporaran el rito galicano, el latino. Todo el pueblo se resistía, todos los nobles, todos los próceres del Reino, todos los obispos, todos los cardenales... Pero Alfonso VI, en el momento en que sucede esto, que es concretamente en el 1064, estaba presionado por la que entonces era su esposa, Doña Constanza, que era una borgoñona, y también estaba presionado por los monjes de Cluny. Fue entonces cuando los cluniacenses entraron en la Península Ibérica, se apoderaron del antiguo Camino de las Estrellas que conducía al Finisterre Occidental – hablo del Camino de Santiago –, desviaron ese camino y lo convirtieron en un negocio itinerario, turístico, apartándolo de los lugares de poder, de los Chakras cósmicos y telúricos que eran los que marcaban y jalonaban este camino.
Como no hay mal que por bien no venga, tenemos que agradecer a los monjes cluniacenses el transplante a España, y concretamente a las zonas de Galicia y León, de las cepas de vinos del Rhin y del Mosela; gracias a ello, podemos hoy degustar ese vino maravillosamente f ' rúté, que es el Albariños.
En el año 1064, el Papa envía a España un legado pontificio— Ubo Cándido— con la misión de unificar, a cualquier precio, la liturgia. El rey Alfonso VI, presionado por su consorte gabacha, presionado por los monjes cluniacenses, presionado por el Papa y por el Rey de Francia, acaba siendo favorable a la transformación del rito mozárabe al rito latino. Pero se oponía, como se ha dicho hace un momento, prácticamente todo el pueblo español y también todos los nobles de España. Entonces el Rey decide montar en Toledo una farsa, una ordalías, un juicio de Dios; rememorando, más o menos, aquello que nos cuenta Voltaire en el Diccionario filosófico sobre el Concilio de Nicea, dice que se va a encender una hoguera en los salones de palacio en Toledo y que se van a arrojar a esa hoguera en presencia de todos los pares y nobles del reino, un libro latino y un libro mozárabe y que el que no se queme será el que se impondrá. Y parece ser que el libro que no se quemó fue el libro mozárabe, sin embargo, el rey pegó un puñetazo e impuso el rito galicano; fue entonces cuando el pueblo español acuñó la vieja frase
convertida luego en proverbio, de“ allá van leyes do quieren reyes”.
Es un momento dramático para la Historia de España, y lo es porque todo el viejo saber, todas las tradiciones de los primitivos pueblos ibéricos, estaba conservado en códices escritos en caligrafía mozárabe o visigoda. Cincuenta años después, cuando muere la generación que sabía leer e interpretar esas caligrafías, se produce una ruptura con todo el saber tradicional; nadie es capaz ya de leer esos documentos. Prácticamente, es como si España empezara sin tradición alguna, sin pedigrí alguno, sin curriculum alguno; empezaba una nueva andadura. Es la primera vez que se nos obliga a renunciar al inconsciente colectivo; vendrán otras veces y vendrán siempre de la mano de Francia, de la mano de Italia, de la mano de eso que se llama Europa, en estos momentos, Europa de los Mercaderes.
Es también en ese momento que el Cid, gran caballero de Castilla, gran paladín de la España profunda, caballero mozárabe como