ISBN 0124-0854
N º 71 Septiembre de 2001 a dormir en el piso de la posada donde se detenían las caravanas. El tonto despertó primero y vio el globo. En un principio pensó que aquel hombre debía de ser él. Luego lo acometió gritando:“¿ Si tú eres yo, entonces quién, por el amor de Dios, quién soy y dónde estoy yo?”
El mosquito Namouss y el elefante
Había una vez un mosquito. Su nombre era Namouss, y por su sensibilidad, era conocido como Namouss el Perceptivo. Namouss, después de reflexionar sobre su situación, y por buenas y suficientes razones, decidió cambiar de casa. El sitio que eligió como el más adecuado, fue la oreja de cierto elefante.
Sólo restaba hacer la mudanza. Muy pronto, Namouss se hallaba en el amplio y muy atractivo aposento. Pasó algún tiempo. El mosquito crió varias familias de jóvenes mosquitos y los lanzó al mundo. Con el correr de los años conoció momentos de tensión y relajamiento, los sentimientos de alegría y tristeza, de búsquedas y realizaciones, propias de todos los mosquitos, sea cual fuere el lugar en que se les encuentre.
La oreja del elefante era su hogar, y, como siempre ocurre, él sentía( y este sentimiento persistió hasta volverse del todo permanente), que había una
conexión íntima entre su vida, su historia, todo su ser, y aquel sitio. La oreja era tan cálida, tan acogedora, tan amplia, la escena de tantas experiencias.
Namouss, naturalmente, no se había mudado a esa casa sin la debida ceremonia y consideración de las formalidades apropiadas a la situación. En el primer día, justo antes de mudarse, había gritado con toda la fuerza de que disponía su débil voz:“¡ Oh elefante!” – gritó –“ Debes saber que ningún otro sino yo, Namouss el Mosquito, conocido como Namouss el Perceptivo, se propone hacer de este sitio su morada. Como la oreja es tuya, te estoy dando la debida notificación de mi intención.”
El elefante no hizo objeción alguna.
Pero Namouss no sabía que el elefante ni siquiera lo había oído. El anfitrión tampoco había sentido la entrada( ni aun la presencia y ausencia) del mosquito y de sus numerosas familias. Para no insistir más sobre la cuestión: no tenía ni idea de que los mosquitos estaban allí.
Y cuando llegó el momento en que Namouss el Perceptivo, por razones que para él eran imperiosas e importantes, decidió que debía cambiar de casa otra vez, reflexionó que debía hacerlo de acuerdo a sus costumbres establecidas y sacrosantas. Preparóse para declarar formalmente que
abandonaba la Oreja del Elefante.
De manera que con la decisión definitiva e irrevocablemente tomada, y sus palabras suficientemente ensayadas, Namouss volvió a gritar en la oreja del elefante. Gritó una vez y no hubo respuesta. Gritó otra vez, y el elefante siguió en silencio. La tercera vez, reuniendo toda la fuerza en su determinación de hacer oír sus palabras urgentes y elocuentes, gritó:“¡ Oh Elefante! Debes saber que yo, Namouss el Mosquito Perceptivo, me propongo dejar mi casa y mi hogar y abandonar mi residencia en ésta, tu oreja, donde he morado tanto tiempo. Y esto por una razón suficiente y significativa, que estoy dispuesto a explicarte.”
Ahora, por fin, las palabras del mosquito fueron escuchadas por el elefante. Mientras el elefante consideraba las palabras de Namouss, éste gritó:“¿ Qué tienes que decirme en respuesta a mis noticias? ¿ Cuál es tu parecer respecto a mi partida?”
El elefante levantó su gran cabeza y movió un poco su trompa. Y este movimiento tiene el siguiente significado:“ Vete en paz, pues, en verdad, tu partida tiene tanto interés y significado para mí como lo tuvo tu llegada.”
Tomado de: Idries Shah. Cuentos de los derviches. Ediciones Paidós. España. 1981.