Agenda Cultural UdeA - Año 2001 NOVIEMBRE | Page 9

ISBN 0124-0854
N º 73 Noviembre de 2001 entre la trascendencia de sus obras- que automáticamente nos llevan a preguntarnos los muchos“ por qué” de la vida- y la parte matemática de las mismas( no hay computadora que sea capaz de simular su perfección, ni combinatoria matemática que no esté perfectamente resuelta en ellas). Asimismo, es capaz de contrastar en un equilibrio, que ningún otro compositor ha alcanzado hasta ahora, la armonía vertical de la frase con la melodía horizontal contrapuntística; algo así como si en lo vertical escuchara a los demás humanos y en lo horizontal se escuchara a si mismo, en un sano diálogo de opuestos, equiparable a un sistema social ideal y funcional.
Pero en ese lenguaje íntimo de un hombre consigo mismo, Mozart es el compositor por excelencia. En él todo contrasta: su música intachable es el
opuesto de la vida aparentemente frívola, materialista y desordenada que llevó; la generosidad de sus frases musicales contrasta con el egoísmo y la crueldad que muestran en sus cartas en sus comentarios sobre sus colegas; sus temas musicales contrastan con las imágenes visuales que generan, pues su creación puede ser tan musical como teatral, hasta el punto que es frecuente que a Mozart se le considere como“ un hombre de teatro”. Paradójicamente, hay melómanos prevenidos que han decidido no sumergirse en su música al considerarla superficial, porque les suena como“ una cajita de música”. De hecho, en este momento hay una polémica en relación a la interpretación que Mitsuko Uschida hace de sus obras para piano. A ella se le critica por lo que podríamos llamar el síndrome del happy-happy, pues a juzgar por sus interpretaciones pareciera que Mozart tiene que sonar siempre feliz, cuando lo cierto es que la música de este compositor pueda ser increíblemente intensa y dramática; por ejemplo en sus óperas, en sus misas y en sus segundos movimientos, sobre todo cuando están compuestos en tonalidad menor.
Hay un diálogo entre opuestos especialmente atractivo: aquel que existe entre Mozart y Beethoven. Mozart crea un nuevo tema tras otro, lo desarrolla, lo contrasta y sigue siempre hacia delante. Beethoven, por el contrario, toma un tema, se queda en él, lo
desmenuza, lo enrolla sobre si mismo y repite hasta la exageración el mismo fragmento, en una eterna angustia neurótica que parece afirmar una y otra vez“ yo te lo dije”, o que parece reiterar eternamente“ cómo sufro yo”. Paralelamente, la personalidad de Beethoven es ya de por sí un contraste, pues no podemos olvidar que en sus obras logro representar en forma genial al ser humano – al“ Mensch”–, que fue un hombre valiente, arrogante e imponente que defendió los Derechos del hombre promulgados por la revolución francesa, que se enfrentó a los poderes políticos absolutistas de comienzos del Romanticismo y que revolucionó el arte musical con su forma de desarrollar sus temas y con instrumentaciones insólitas para la época; pero que al mismo tiempo fue un hombre profundamente inseguro, como resulta obvio en aquellas frases musicales – por ejemplo, en sus últimas sonatas para piano y sus últimos cuartetos –, donde uno cree que va a conducirnos a un Clímax, pero al final se traga la llegada cayendo en un“ interruptus” que parece decir:“ no me atrevo”. Sin embargo, lo que más me conmueve en Beethoven es como contrasta el sonido y el silencio y logra, como ningún otro compositor, que el silencio tenga vida propia. Asimismo, es insólita la perfección a la que lleva la forma aristotélica Sonata A- B-A ´( Exposición, Desarrollo, Reexposición o Final), donde el manejo del conflicto entre los temas