ISBN 0124-0854
N º 73 Noviembre de 2001 musicales debe ser evidente, para evitar que la interpretación suene fastidiosa y artificialmente embellecida.
Si seguimos hacia el romanticismo y comenzamos con Schubert, el diálogo de contrastes se materializa en esas modulaciones que empata una tras otra, en constantes preguntas a las que logra disimular con la“ Gemütlichkeit”( cómodo pero excitante) que se ufanan de tener los vieneses. Schumann, Brahms y Wagner contrastan muchísimo entre sí, pero al mismo tiempo son todos capaces de llevar el sistema de“ leitmotiv”( frase musical obsesiva), el cromatismo y la mezcla entre menor y mayor, a un punto que hubiese sido inconcebible en el siglo XVII.
A fines del siglo XIX y comienzos del XX es fascinante observar como reaccionan los compositores para evadir la realidad ante aquella“ Europa que se niega a morir”. Es un continente que encuentra que está perdiendo su poder ante la aparición de dos gigantes: Rusia y Estados Unidos. Los franceses se evaden mediante el impresionismo de Debussy y Ravel, que difuminan las respuestas; y los alemanes y austriacos, como Strauss, Mahler y luego Bruckner, componen aquellas obras geniales pero“ mamotréticas”, donde los gritos apoteósicos de los instrumentos parecen describir moribundos que se niegan a partir.
A partir del afortunado rompimiento que representa Stravinsky y del camino que nos señala Bartok, podemos encontrar todos los contrastes que queramos, hasta llegar a esta delicia que es el siglo veintiuno.
El fascinante siglo veintiuno
Nuestra época es profunda e increíblemente rica en matices y nuevas exploraciones. Actualmente, entre los contrastes más interesantes tenemos el del Rock. Por una parte, tenemos la superficialidad de los estereotipos: los cabellos largos, los aretes, los movimientos bruscos, el ruido, el sonido a todo volumen, lo“ in”. Pero por otra parte están las profundas raíces de esta música en lo tribal, lo mimimalista, lo responsorial, lo atávico. Muchas de las más interesantes propuestas surgen del encuentro entre el occidente y el oriente – gracias, entre otros, a los Beatles, Shankar y Menuhin –, que nos regala el“ raga”, al cual no le interesa variar sensaciones, sino por el contrario, mantener un mismo estado de ánimo; lo que contrasta con esa continua búsqueda del joven heredero del hippismo de los sesentas, quien necesita cambiar constantemente de sensaciones con música, sexo y drogas; una tendencia que no es nueva, sino que de hecho llegó a su clímax hace ya tres décadas: en Colombia, con la“ sentidera” y la irreverencia que promulgaron Andrés Caicedo y Gonzalo Arango; y en el mundo, con grandes
artistas como Duchamp y Cage.
¿ Hacia dónde vamos en el siglo XXI? La verdad es que me confieso parcializado por razones obvias. Creo que las tendencias señalan hacia lo interdisciplinario; hacia la música con materiales no tradicionales como la del grupo inglés“ Stomp”; hacia lo circense y teatral como el“ Circo del sol”; hacia la producción de audiovisuales, hacia la nueva música que componen talentos como Luis Fernando Franco y Fernando Mora en Colombia; hacia un arte donde el cuerpo no esté disociado de la mente; hacia una educación musical más allá de las clases sociales y los estereotipos, como sucede con el Movimiento de Orquestas Juveniles en Venezuela. Creo que esa evolución en la que participamos debe estar basada en el“ diálogo de saberes” entre educadores y educandos, entre padres e hijos, entre jóvenes y adultos, entre los dirigentes y el pueblo.
Algo muy importante es que, en Latinoamérica, debemos mirar la globalización como una oportunidad para aceptarnos, por fin, con alegría y sin complejos, como mestizos. Para gozar así de nuestro pluralismo, y combinar en los ritmos y movimientos de nuestra música el“ con”( el tiempo metronómico en los tiempos impares heredado del ancestro blanco), con el“ contra”( el tiempo sincopado en los tiempos pares heredado del ancestro negro), y con el“ om” indígena que se manifiesta