ISBN 0124-0854
N º 69 Julio de 2001
Hay tal falta de memoria en Colombia, que se nos están olvidado los símbolos que nos convierten en nación. Un terrible problema, porque todo país debe poseer símbolos que lo identifiquen, o de lo contrario sus habitantes estarán condenados a envidiar los símbolos ajenos y, al correr tras ellos, se negarán a participar en la edificación de su propio pedazo del mundo.
La Constitución Política de Colombia de 1991 trató de erigirse como un símbolo de nuestro futuro, de nuestras posibilidades para consolidamos como nación. Su primer apartado, que reza sobre los principios fundamentales, más que un parámetro dogmático sobre el cual se sustentarían las normas subsiguientes, es una propuesta para la construcción de país. La Constitución-al igual que la Declaración Universal de los Derechos Humanos y otras proclamaciones similareses una convocatoria para acciones que hagan que sus principios se cumplan, a la vez que es una representación colectiva de las realidades que nos identifican como colombianos y colombianas.
Hoy, diez años después de su proclamación, han surgido muchos críticos de las reformas que ese texto implementó en el sistema político del Estado colombiano. Sin embargo, más allá de sus falencias, sus principios fundamentales son símbolos
que nos permiten soñar con una Colombia mejor. Entre ellos hay uno particularmente importante: el respeto por las múltiples visiones culturales.
Según reconoce la Constitución en su artículo séptimo, Colombia es una nación pluriétnica y multicultural. Dicho reconocimiento constituye uno de los actos de mayor responsabilidad política que se han dado en nuestro país. Por primera vez desde la creación de la República se empezó a educar a los estudiantes de primaria y secundaria en el principio del respeto a las diferencias culturales; cuestión que era, hasta ese momento, un asunto sólo de antropólogos y organizaciones indígenas o negras. A partir de allí, junto a las clásicas lecciones sobre Bolívar y la independencia, se empezaron a relatar otras historias olvidadas- o más bien negadas- de aquellas comunidades que no corresponden al modelo de una sociedad de blancos hispanohablantes; se abre así la posibilidad de
construir nuevos proyectos de nación en las generaciones que se vayan educando bajo el manto de este nuevo ordenamiento constitucional.
También las comunidades étnicas se vieron afectadas por aquella declaración. Después de la Constitución, ser indígena o negro tiene ventajas adicionales a ser simplemente campesino. Así empezó un proceso de construcción, recuperación y reivindicación de la memoria colectiva de cada grupo como un lenguaje de acceso al mundo político, que hoy en día les permite contar con herramientas para la protección de muchos de sus derechos, tanto individuales como colectivos; algo que no debemos olvidar a la hora de hablar de la multiculturalidad.
Pero no todo es color de rosa. Aun después de reconocer esas diferencias, el Estado colombiano ha seguido sin responder por desigualdades de carácter económico y social, que persisten en gran parte de