ISBN 0124-0854
N º 69 Julio de 2001 de directrices globales; o como mercaderes de respeto con base en nuestras tradiciones culturales, pero sin derecho a tener intereses económicos. Lo que queremos decir es que no basta reconocer al otro en aquella dimensión que nos interesa o parece correcto o urgente o parecido; en tal caso, nos estaríamos viendo y proyectando a nosotros mismos en el otro, pero no viendo el otro como alguien diferente. Es cierto que requerimos resolver muchas necesidades de bienestar, muchas limitaciones sectoriales, pero nuestra demanda principal es que nos reconozcan como unidades políticas, como pueblos; si no se nos ve como pueblos, se nos descuartiza. Queremos reconstruir el gobierno propio, la justicia propia, el territorio y la autonomía. Es indudable que esta pretensión altera el orden mundial y altera el orden interno; incluso el orden de los propios pueblos indígenas, que nos hemos acostumbrado a cierto paternalismo. Ya otros amigos han dicho que la duda está en si cambiamos el mundo o si lo hacemos de nuevo... Cambiarlo o hacerlo de nuevo, eso está por decidirse; implica aceptar al otro en su integralidad política, pero también asumirnos nosotros como hacedores de la historia, hacedores de la política, hacedores de nosotros mismos; hacer la historia, rehacer la memoria, significa rehacer una relación con nuestra Madre Tierra, que hemos
perdido. No se trata de hacer un cuestionamiento al concepto de desarrollo y a sus miles de interpretaciones; más que debatir sobre el desarrollo, nos hemos tenido que defender de él.(…). Ellos, nuestros Dioses y nuestros antepasados, han querido que el tiempo y la historia se burlen del conquistador. Los invasores nos arrinconaron en las laderas y en los peladeros donde apenas se pueden cultivar los alimentos de pancoger; dejaron para ellos los valles y las llanuras productivas. Pero la locura del dinero ha vuelto las cosas al revés; ahora producir los alimentos no enriquece a nadie y ahí están los campesinos para demostrar que su estado en esta sociedad es la pobreza. Ahora la riqueza está en los territorios áridos, en las sabanas que van camino a convertirse en desiertos, en la selva que se tumba. Ahora la riqueza para el hombre occidental, para el hombre mestizo, está en estas tierras que hace unos años no le importaban para nada. Ahora en nuestro aire no ven el vuelo de las tijeretas, en nuestras montañas no ven lapas ni armadillos, y bajo nuestra tierra no ven los gusanos que abonan ni ven la vida. Ahora ellos ven dinero: petróleo, carbón, oro, uranio... dinero. Dinero que no sirve para comer ni para ser felices, dinero para que haya más pobreza como la que viven nuestros compañeros Sikuanis de Saravena. De la noche a la mañana los indios llenos de pobreza nos convertimos en indios llenos de“ riqueza”. Riqueza para ellos, porque para los pueblos indígenas la explotación del petróleo
es la muerte. Pero no es sólo el pensamiento del indio, todos los estudios del sabio blanco dicen lo mismo sobre el calentamiento de la tierra, todos los hombres y mujeres honrados entienden que el camino de seguir abriendo heridas a la Madre Tierra es un camino mortal. Los riowa,( hombre blanco) que acumulan dinero, no quieren esta justicia del tiempo y de nuestros dioses, y quieren sacarnos de los últimos pedazos de territorio que nos quedan. En todos esos territorios, las compañías petroleras, aliadas con el gobierno, se han convertido desde principios de siglo en los pueblos colonizadores, llegaron eliminándonos y ahora, al igual que hace varios siglos, a cambio de nuestro territorio y nuestras vidas, nos ofrecen baratijas.(…)
Puede ser reiterativa esta forma de relatar nuestra relación con el desarrollo, pero nos parece más útil que discutir teóricamente lo que significa; sobre todo, ilustra que si los pueblos indígenas pretenden preservar la tierra, deben conquistar de nuevo una relación de equilibrio con la madre naturaleza; esto no se hace por pedazos de tierra, porque se trata es de la Madre, o contando sólo con la ceremonia de nuestros viejos, porque se necesita también que el hombre blanco entienda. La única forma de que podamos reconstruir el equilibrio perdido, es si reconstruimos nuestro territorio como unidad de pensamiento y del hacer cotidiano; la lucha por el territorio atraviesa hoy nuestra vida como pueblos