Agenda Cultural UdeA - Año 2001 AGOSTO | 页面 8

ISBN 0124-0854
N º 70 Agosto de 2001 verdad a través de la utilización de la mentira novelística o de la exageración literaria, de la conformación flagrante de la selva en personaje, de la animación como ser vivo del verde feroz de la selva”. Y añade que“ desde Rivera en adelante los novelistas colombianos y los lectores sí que más, convertimos la novela en la única vertiente para encontrar la conformación hacia el futuro de los episodios que hicieron la patria y que por injustos o agresivos, por dañinos o por inconvenientes para los dueños del poder político o del poder económico no fueron aceptados como verdad”. Hablando de la obra de García Márquez, el escritor declara:“ Probablemente ninguna otra novela colombiana describe como Cien años la imagen de las guerras colombianas. Cargada de sátiras, rebosante de burla, hiriendo con el verbo y asimilando con la metáfora, logra un mosaico de coloridos agresivos de tal manera que el lector de 1967, cuando se publicó la obra, y el de hoy o el del 2068, termina por aceptar como verdadera esa versión entre caricaturesca y técnica,
entre imaginada y verídica de lo que ha sido una guerra en Colombia. El paso de los años, la repetición insensata de muchas de las circunstancias, la identificación del arquetipo en muchos personajes de la guerra de hoy, hace más creíble la versión exagerada y quizás hasta mentirosa, y sin problemas la entroniza como la verdad histórica ". Y después de comparar estas aventuras literarias con su propia experiencia, la experiencia de quien ha debido fabular para llegar a las entrañas de lo real, de quien ha tenido que exagerar para alcanzar la verdad memorable, concluye diciéndonos: " Esa ha sido la verdad aunque siempre hayamos creído la mentira. Por ello, es a los novelistas a quienes nos ha correspondido inventarla para que la crean”.
Nuestra expedición por el olvido requiere sin duda esa medicina de una narración profunda, de una búsqueda del tiempo perdido, y el lenguaje verbal creador, oral y escrito, tendría que ser su más inmediato instrumento. No parece posible recurrir para ello a los medios de comunicación masiva, medios que masifican sin fortalecer la individualidad, medios de una sola vía, que no permiten diálogo alguno, y sobre todo en las condiciones de Colombia, donde hoy los medios
responden exclusivamente a una estrategia de mercadeo y no están dispuestos a difundir nada que no opere como mercancía.
Además, ese ejercicio del recuerdo sólo puede ser un acto de la amistad y un ejercicio de amor, y esto sólo es posible mediante el contacto directo de los seres humanos. Pero ello supone algo más que el ejercicio de la narración. En realidad sabemos que siempre fue vigoroso en nosotros el arte de narrar, y que buena parte de la historia está contada en múltiples versiones. Más bien está claro que a partir de cierto momento parece que hubiéramos perdido la facultad de escuchar, de atender a esos relatos. Una pregunta central de esta búsqueda es qué es lo que nos hace escuchar, qué es lo que nos cautiva, nos seduce y, si se quiere, nos embriaga del relato.
Nadie tal vez como García Márquez para aproximarnos a ese secreto. Aquí es donde podemos pensar en Gabo como hechicero, y en la suya como en una suerte de lengua chamánica capaz de pronunciar los conjuros requeridos. Es, se diría, la