Agenda Cultural UdeA - Año 2001 AGOSTO | Page 6

ISBN 0124-0854
N º 70 Agosto de 2001
Rodríguez Gacha y Pablo Escobar, periódicamente vuelve a caer como un paisano cualquiera en poder de la justicia o bajo una lluvia de balas, y vuelve a demostrarnos que no es más que un pobre ser resentido y vengativo, pero curiosamente sigue imperando por el miedo sobre una sociedad acostumbrada a su influjo, y a pesar de su muerte vuelve a alzarse, con otro nombre y otro discurso, fingiéndose otra vez el dueño del país, el que decide quién vive y quién muere, quién permanece e en el territorio y quién se va de él.
¿ Qué hace que Colombia se haya habituado a vivir bajo la gravitación de ese monstruo inevitable siempre significativo y siempre insignificante? Yo diría que lo que tiene que ser conjurado no es el monstruo particular, al que sus propios patrocinadores siempre terminan anulando, sino nuestra costumbre de estar a la vez fascinados y aterrorizados con él. Como el mítico minotauro de Creta, que exigía cada año el tributo de la sangre joven de la isla, este monstruo parece insaciable, pero es verdadera la interpretación retación que hizo de él Borges en su relato Asterión: la principal necesidad del monstruo es la de desaparecer, y lo único que verdaderamente lo sostiene es el temor que la sociedad le profesa.
Se diría que el gran desafío para Colombia, país peligroso pero valeroso, donde la gran mayoría de la
sociedad está compuesta por seres que salen cada mañana desarmados a las calles a luchar por la vida, es ayudar al monstruo a desaparecer. Para ello lo principal es dejar de creer que los valientes son unos cuantos seres que necesitan andar armados hasta los dientes y que se jactan de perdonar a todos los demás el atrevimiento de existir. Colombia debe vivir la fiesta de reírse del monstruo, y de desarticularlo, como esos muñecos de carnaval de los que cada uno de los miembros de la comparsa lleva una parte, y que a veces se disgregan ante los ojos regocijados de los niños.
Como en otros tiempos, pero con una amplitud insospechada, la guerra actual ha arrojado de sus tierras a dos millones de personas del campo. Y si a ellos sumamos los cuatro millones de colombianos que viven fuera del territorio, que han sido paulatinamente arrojados hacia el mundo exterior en busca de trabajo, de futuro, de seguridad, de respeto, sentiremos una vez más que el destierro sigue siendo el signo de esta patria precaria. Hasta una parte muy importante de nuestro arte y de nuestra literatura han sido elaborados en el exilio. En el exilio se escribió la obra de Barba Jacob y de Álvaro Mutis, de García Márquez y de Fernando Vallejo; en el exilio se ha pintado la obra de Luis Caballero y de Fernando Botero. Sin embargo esas obras nacidas en tierras
extrañas fueron tal vez las más colombianas, porque sin duda no hay mejor manera de conocerse a sí mismo que mirándose en contraste con lo que es distinto.
Casi cuatro millones de colombianos van hoy por el mundo procurando entender qué planeta es éste que durante tanto tiempo fue para nosotros una fábula inverosímil. Colombia fue una nación casi totalmente cerrada a los vientos de las
( Detalle) Juan José Rendón, Sin título, puntaseca P / A, 70 x 50 cm, 1992. Facultad de Artes,
Colección de grabado. migraciones que en cambio poblaron a la Argentina y al Brasil, que pusieron siempre en contacto a Venezuela con el resto del mundo, que volvieron a México uno de los países más hospitalarios que pueda imaginarse, y que le dieron a Cuba entre tantas cosas su espléndida riqueza musical. Un día, mirando cierto libro con