Agenda Cultural UdeA - Año 2001 AGOSTO | Página 4

ISBN 0124-0854
N º 70 Agosto de 2001
territorio, como esos personajes de Rivera a los que se tragó la selva, y parece haber perdido toda confianza en sí misma, hasta el punto de no creer que haya aquí ninguna singularidad, ninguna fortaleza original para dialogar con el mundo. Es, por supuesto, una mala ilusión, porque el mundo sabe, a veces mejor que Colombia misma, que el país está lleno de originalidad y de
lenguajes vigorosos.
Pero es necesario que Colombia lo sepa también.
Reconocerse en sí misma es el gran desafío de la Colombia presente. Un país
sólo vive en confianza, sólo se constituye como nación solidaria cuando comparte una memoria, un territorio y unos saberes originales. No basta con tenerlos, es necesario compartirlos. La urgente tarea de refundación de Colombia es antes que todo una tarea cultural: debemos emprender una gran expedición por el olvido, pronunciar un conjuro contra la venganza desde las encrucijadas de nuestro territorio en peligro, vivir una original aventura estética, mirando la naturaleza equinoccial, las ciudades nacidas del cruce de la modernidad con la guerra, y explorando las riquezas del mestizaje, para encontrarnos por fin con el rostro y con los lenguajes que definen nuestro lugar en el planeta.
Las cincuenta y dos guerras civiles del siglo XIX, las dos grandes guerras de la primera mitad del siglo XX, y la guerra actual, en la que se cruzan todos los caminos de la modernidad, han tenido como efecto común el cortar sin tregua para los colombianos los hilos de la memoria. La leyenda de la casa perdida vuelve y vuelve sin cesar en nuestras canciones, en nuestras novelas y en nuestros poemas. La Casa, iba a ser el nombre original de Cien años
de soledad. Ese Paraíso en el que transcurre la María de Jorge Isaacs, esa Casa Grande de Álvaro Cepeda Samudio, esa turbulenta Mansión de Araucaima de Álvaro Mutis, esa idílica Morada al sur de Aurelio Arturo, lo mismo que esas casas de nuestro cine reciente, la edificación amenazada de La estrategia del Caracol, la casa en ruinas de La vendedora de rosas, se exaltan también en un símbolo de las raíces cortadas, del desarraigo y de una amorosa patria perdida.
Debemos interrogar al espíritu de la venganza que nos hizo perder esa patria. Sería una exageración afirmar que aquí se ha borrado el tabú del asesinato, ese tabú que debe estar escrito con fuego en el corazón de toda civilización, ya que es el fundamento mismo de la cultura, pero es verdad que entre nosotros se ha debilitado, y ya no parecen ser las religiones quienes tengan el poder de instaurar de nuevo en las conciencias ese mito poderoso, anterior a la ley positiva y a la sanción moral, que obra sobre los nervios casi como una ley natural. Pero tal vez, como lo hizo la tragedia en tiempos de Sófocles y en tiempos de Shakespeare, el arte sí pueda todavía renovar en nuestros corazones la vigencia de esas leyes profundas, reinscribir en ellos el sentido
Reconocerse en sí misma es el gran desafío de la Colombia presente. Un país sólo vive en confianza, sólo se constituye como nación solidaria cuando comparte una memoria, un territorio y unos saberes originales.