ISBN 0124-0854
N º 70 Agosto de 2001 sensibilidad y el talento que demostraba por la música. A los cinco años inició clases con maestros particulares. Sus avances fueron tan evidentes y determinantes que, al poco tiempo, los padres encargaron la continuación de sus estudios a Carlos Lonati, uno de los más prestigiosos maestros del Conservatorio de Milán, donde, años más tarde, adelantó estudios de composición y de dirección orquestal. Y fue, por esta última área de formación, que, en 1982, Pollini debutó como director de la ópera La donna del lago de Gioacchino Rossini. Sin embargo, la experiencia nunca se repitió debido a que, según él, la dirección requiere tantas horas de estudio y dedicación como el piano, y él se había decidido, desde años atrás, por el instrumento romántico por excelencia. La falta de precisión sobre los acontecimientos importantes sucedidos en su infancia no permite detallar la fecha en la que Pollini ofreció, en su ciudad natal, el primer concierto; aunque todo parece indicar que fue entre los nueve y los once años de edad.
Uno de los momentos que merece mayor atención en la vida de Maurizio Pollini es, sin duda, su deslumbrante participación, en 1960, en el Premio Chopin de Varsovia, un concurso musical que se realiza cada cinco años y que convoca, por su prestigio, por su alto nivel de dificultad, y por la calidad excelsa de sus jurados, a todos los jóvenes aspirantes a concertistas, pata que prueben su talento y su formación pianística.
Cuando Pollini participó tenía 18 años y venía de obtener, en 1957, el segundo lugar en el Concurso de Ginebra( en esa ocasión el primer puesto fue declarado desierto), y el primero en el prestigioso Concurso Ettore Pozzoli, de Seregno. Vale precisar que quien gana el Premio Chopin de Varsovia( con un programa totalmente integrado por obras del compositor polaco), o quienes, por lo menos, llegan hasta las últimas eliminatorias, son considerados como pianistas altamente calificados.
Para 1960, el presidente del jurado era Artur Rubinstein, una de las más grandes leyendas del mundo del piano, quien, en alguna oportunidad dijo:“ Si bien alguno de los
concursantes estaba, cuanto menos, casi tan bien dotado técnicamente como Maurizio Pollini, desde el primer momento el joven milanés demostró una superioridad absoluta respecto del resto de ellos”.
Quienes participan en el Premio deben efectuar un recorrido exhaustivo por las obras de Chopin; desde Preludios y Nocturnos, hasta Polonesas y Conciertos; las pruebas más complejas son, a juicio de muchos, las relativas a los Estudios y a las Mazurcas. El propio presidente del jurado confesó alguna vez que, a lo largo de su carrera, había ejecutado bien, tan sólo, algunos de los Estudios; otros, de un modo regular; y que ni siquiera lo había intentado con el resto. Asunto parecido sucedió con otro destacado intérprete de Chopin, el fallecido pianista Vladimir Horowitz, quien confesó que, de los veinticuatro Estudios del compositor polaco, tan sólo había interpretado, en público, nueve o diez. Y Arturo Benedetti Michelangeli, poseedor de una de las más elevadas técnicas pianísticas, en una actitud de claro respeto a la dificultad tocó, en concierto, sólo cuatro o cinco obras de este género.
Pollini eligió, para concursar, cuatro de los más complejos Estudios( op. 25 no. 10, op. 25 no. 11, op. 10 no. 1 y op. 10 no. 10), tanto así que, para triunfar en su interpretación, se precisan un solista técnicamente preparado y un concertista en potencia. Aparte de destreza, elasticidad, fuerza, y resistencia física, el aspirante debe conocer perfectamente las obras de Chopin, y contar con unas extraordinarias capacidades de análisis y de dominio de las facultades expresivas. A título de ilustración, durante la interpretación del Estudio op. 10 no. 1, que exige una extrema agilidad, Pollini tocó mal solamente seis notas de las mil doscientas tres que ejecutó con la mano derecha en un minuto y cuarenta y cinco segundos. En cuanto a las Mazurcas, diametralmente opuestas en sus características a los Estudios, la interpretación fue magistral, en especial la Op. 50 no. 3, convertida en hito, gracias a la inolvidable exhibición de genialidad que con ella hiciera Horowitz.
Pollini, quien demostró abiertamente toda