ISBN 0124-0854
N º 70 Agosto de 2001
Por Andrés García Londoño
En ocasiones se ha podido observar que cuando una ballena es herida y no puede nadar, las otras integrantes del grupo se turnan para sostenerla sobre su lomo para que pueda respirar, a veces durante días enteros. A pesar de la afirmación de Hobbes de que“ El hombre es lobo para el hombre”, lo cierto es que, en el caso de los lobos, la lucha por el liderazgo de la manada rara vez produce víctimas con heridas de seriedad; antes que eso, se trata de una lucha gestual construida sobre ritos complejos, como si los animales supieran que una lucha interna de grandes proporciones únicamente conseguiría lastimar a la manada entera. Si observamos a los leones cazar, descubriremos que el más fuerte es siempre el primero en acercarse a la comida, pero nunca come más allá de sus necesidades y siempre deja suficiente alimento para los demás miembros de la manada, inclusive en épocas de escasez. Los gorilas de montaña, por su parte, conviven en pequeñas comunidades con un macho y varias hembras, donde la ayuda mutua es moneda corriente y la agresión física rara vez ocurre.
Los anteriores son sólo cuatro ejemplos de solidaridad, organización, equidad y convivencia, brindados por cuatro de las especies más cercanas al hombre en la escala evolutiva y, por tanto, en la búsqueda de la Vida por“ hacerse inteligente”. Muchos hombres y mujeres consideran que la inteligencia ha alcanzado su cima máxima en nosotros; sin embargo, el párrafo anterior es reflejo de una circunstancia que pareciera cuestionar esa afirmación: un gran número de especies animales son capaces de vivir en comunidad, con organizaciones sociales donde predominan la estabilidad, el orden, el respeto e incluso la solidaridad entre los distintos individuos. No tiene que existir un policía de sabana que le diga al león:“¡ Ciudadano! Usted ya comió suficiente. ¡ Retírese!”; ni tampoco el gorila macho es buen padre porque pueda ser demandado por
pensión alimenticia, en caso de que desatienda a las hembras o las crías. El instinto y la cercanía de otros miembros de su especie son suficientes para que los animales puedan convivir entre sí. Mientras que si abrimos cualquier periódico, descubriremos mil casos que nos revelan la débil costura de las comunidades humanas, donde la estabilidad, el orden, el respeto hacia el otro y la solidaridad, no parecen ser la regla, sino la excepción.
Es importante mirar hacia nuestro pasado. Llevamos medio millón de años sobre la Tierra; medio millón de años desde que el primer hombre, con rasgos que eran una copia casi idéntica del simio, empezara a caminar sobre dos piernas … Hemos vivido largo tiempo, sin duda, pero mucho menos que la mayoría de las especies animales que conocemos. Más aún cuando consideramos que algunas de nuestras características más esenciales sólo aparecieron mucho más tarde: algunos antropólogos calculan que hace menos de cincuenta mil años que somos capaces de hablar, lo que significaría que durante los cuatro mil siglos anteriores únicamente nos comunicamos por medio de gruñidos, resoplidos y ronquidos … Y con música, pues aparentemente utilizamos instrumentos musicales desde antes de aprender a hablar.
Pero lo realmente interesante viene después. Las primeras ciudades humanas aparecen sólo alrededor de hace diez mil años. Hasta entonces habíamos vivido en pequeñas comunidades, generalmente nómadas, que circulaban dentro de un territorio, estableciéndose en un lugar hasta agotar los recursos naturales y luego mudándose a otra locación; más que leyes teníamos mandamientos religiosos, que prohibían muy pocas cosas de índole bastante extrema: el asesinato, el incesto, etc.
El sedentarismo y la convivencia en ciudades es entonces una novedad, pues ocupa apenas el dos por ciento de nuestra vida como especie.