ISBN 0124-0854
N º 70 Agosto de 2001 ese territorio y ese carácter existen realmente, y el mundo exterior suele tener más conciencia de ello que nosotros mismos.
Una nación es una memoria compartida, pero esa memoria tiene que haber sido elaborada por todos; ningún pueblo se une realmente alrededor de una versión parcial o amañada de la memoria común. Toda memoria compartida da cohesión a los pueblos, les permite tener rostro y voz para dialogar con el mundo. Hay naciones cuya memoria es tan poderosa que les permite sobrevivir incluso a la pérdida del territorio. Hay naciones cuyo territorio es tan homogéneo que pueden reconocerse siempre con facilidad a sí mismas. Hay naciones cuyo carácter las ha hecho siempre visibles, siempre orgullosas de sí mismas, siempre firmes en el diálogo con el mundo.
Colombia necesita reconocerse en Macondo, necesita curarse del olvido, necesita curarse de la venganza y necesita curarse de la ignorancia de sí misma, y sólo podrá lograrlo a la vez viajando por el olvido, despertando a los muertos, contando y cantando los secretos de su continuo vivir en peligro, conjurando los fantasmas del miedo, y emprendiendo un diálogo inusitado con el mundo. Ello supone una aventura vital festiva y múltiple, enriquecida por los lenguajes del arte, que brote de la comunidad sin exigir el patrocinio del
Estado, y donde cada colombiano pueda sentirse y actuar como protagonista. Una iniciativa autónoma de la cultura colombiana para abrir el país a los creadores y artistas del mundo, a todos los que quieran vincularse como acompañantes y amigos en una Expedición de Colombia por su propia memoria, por la vastedad de su territorio, reconociendo la originalidad de sus sueños y de sus lenguajes.
Porque es verdad que un país sólo se puede relacionar con el mundo desde la perspectiva de su originalidad. La teoría superficial de la globalización pretende que los países renuncien a toda singularidad para integrarse a una suerte de carnaval de lo indiferenciado, y sin embargo la misma globalización nos enseña que el mundo entero sólo dialoga con lo singular. Inglaterra vive de su capacidad de incorporar a su ser las habilidades de sus enemigos, de haber recibido el francés y el romanticismo, de haber nacionalizado el té y el curry. Francia vive de su sensorialidad, de su racionalidad, de su revolución y de su cosmética. El Japón aprendió a crear transistores y microchips a partir de su habilidad secular para las miniaturas, de su proclividad al bonsai y al haikú. Así que la pregunta por nuestra singularidad tendría que estar en el centro de nuestra relectura de la historia, del gran relato de quienes viven en el
peligro, de nuestra gran |
conversación |
con |
los |
muertos. |
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Debemos partir de un gran censo de procesos culturales en Colombia, construir un mapa cultural del país, identificar en él los proyectos y los esfuerzos que mejor respondan a esta filosofía de reencuentro de Colombia consigo misma y con su propia voz frente al mundo, y proponer a la comunidad internacional un abanico de actividades y de sueños a los cuales puedan sumarse los países en generosas alianzas creadoras. Nadie nos puede enseñar a ser nosotros mismos, pero el mundo civilizado tiene mucho que aprender de este ejercicio de un país que explora su propio rostro, y nosotros tenemos mucho que aprender de nuestra singularidad mientras vamos dialogando con otras tradiciones y otras mentalidades. Además de unos recursos económicos para la cultura y la educación, Colombia requiere hoy compañía imaginativa y apasionada, que nuestros hermanos de todas las naciones dialoguen con un pueblo ávido de comprenderse y de reconciliarse.
Que lleguen a Colombia las brigadas culturales del mundo, las francesas y las españolas, las cubanas y las norteamericanas, los artistas de Senegal y de Corea, los maestros de danza de China y los maestros artesanos de Thailandia, los jóvenes cineastas daneses y