ISBN 0124-0854
N º 62 Noviembre de 2000
Esta concepción desconoce que nuestra“ condición de existencia” es el diálogo, y que no es posible imaginar algo distinto por fuera de él, en sentido afirmativo o negativo. La verdad, por su propia naturaleza, es un resultado del diálogo, a la que sólo se llega por la“ constante cooperación de los sujetos” por medio de la“ interrogación y la réplica recíprocas”( Cassirer). Pero como el diálogo no es un mero instrumento para alcanzarla, sino su hábitat propio e insuperable, la verdad no es un resultado final y definitivo, como lo han prometido siempre las grandes concepciones dogmáticas, sino una construcción relativa y provisional, un momento
que hace parte de un proceso de búsqueda permanente y sin fin, cuya definición es, precisamente, el diálogo. La verdad, por lo tanto, no es un objeto empírico apropiable, sino el componente de una relación social.
La principal enseñanza de un siglo en el que los totalitarismos de todos los pelambres trataron de imponer, por medio del ejercicio del poder, su propia“ verdad”, es que la pluralidad de perspectivas es irreductible a una verdad única y definitiva. El diálogo entre diversas posiciones no sería, entonces, la simple aceptación resignada de un hecho inevitable, sino el reconocimiento, como
en la mejor tradición liberal( J. S. Mill), del carácter creador y productivo de la diversidad de miradas sobre el mundo. El diálogo ha llegado a ser hoy en día el principal instrumento de que disponemos los habitantes de este planeta para enfrentar un futuro lleno de dudas e incertidumbres.
No obstante, en Colombia sufrimos atávicamente el predominio de una cultura retórica y parlamentaria, orientada a persuadir, vencer en una causa, ganar adeptos, suscitar pasiones en cualquier dirección que sea, halagar la sensibilidad de un auditorio, provocar su imaginación o influir