ISBN 0124-0854
N º 56 Mayo de 2000
Dios y la muerte, temas que, posteriormente, Irgman Bergman abordaría de un modo más psicoanalítico y filosófico, moderno, por así decirlo.
Cada uno de ellos, con no poco respeto y gran imaginación, explora la relación de nosotros, míseros mortales, con estas irreversibles angustias. Fritz Lang, por ejemplo, con su Muerte cansada, es aún más osado, la hace participe de ellas, débil inclusive a su propia condición pues, ¿ cuál, sino ésta, es la razón para que adquiera un terreno en las afueras de una ciudad, detrás de un cementerio, donde se retira a descansar, fatigada de ver el sufrimiento y la desidia humanas, de ver apagar sin remedio los cientos de luces que representan los cientos de seres humanos que se consumen sin cesar? Su cansancio se aligera sólo el día en que se percata de lo humano, pues la fortaleza del sentimiento de una mortal ejerce contrapeso sobre su potestad, en la disposición que tiene la joven de cambiar su propia vida por la del amado. Mas, al parecer, al igual que el amor puede significar la superación de la muerte misma, puede, igualmente, arrastrar
infaustamente hacía ella a quienes aman, y, como ocurre en la Carreta fantasma de Sjöström, terminar de esta suerte siendo los conductores de la carreta que transporta los muertos y que sólo ha de manejar quien muere en pecado en la última hora, del último día del año. Ambas películas fueron realizadas en 1921; sus propuestas visuales estuvieron en las manos de dos iluminados de la imagen, de dos hombres sensiblemente tocados por la luz y por la forma, dos de los más grandes exploradores de atmósferas y del espíritu del film mudo y el de todos los tiempos, inspirados, es posible, en la propia muerte.
Fritz Lang, por su parte, fue el impulsor de creadores como Buñuel, quien se decidió por el cine luego de ver La Muerte cansada. Ambos directores sostendrían exámenes continuados de la conciencia occidental, buscando desnudar con la linterna mágica del cine y en medio de la oscuridad del naciente siglo, el gesto sobrehumano, individual o colectivo, que develara al monstruoso y a la vez creyente ser humano que arribaba al mundo moderno, en medio de la guerra, de ideologías execrables y aberrantes,
de revoluciones, o del atraso y el abandono.
En éstos y otros directores, el miedo ha jugado un papel definitivo: lo humano, lo sobrehumano y las transacciones entre ambos mundos también. Pero todos circularon por estos temas, entrando y saliendo a la par con otras preguntas cercanas o lejanas a la vida y a la muerte. Sin embargo, ninguno creó un conjunto tal de imágenes, ni se preocupó tanto por la oscuridad del alma humana, hurgando en las tinieblas de ésta, para convertida en cine, como lo hiciera Carl Theodor Dreyer. En este director danés la muerte nunca fue figura principal y, no obstante, ella siempre estuvo ahí, a través del miedo y de la angustia, en el aire de vulnerabilidad y de permanente zozobra que perseguía a sus personajes, desde Juana de Arco, hasta la joven acusada de brujería en Dies irae. Y aunque siempre tuvo dificultades para producir sus historias, toda su vida estuvo marcada por un interés común: la mirada lúcida a un mundo sórdido. La muerte erró de un lado para otro mientras Dreyer intentaba resolver preguntas sobre la vida y