ISBN 0124-0854
N º 57 Junio de 2000 sólo hemos podido soñar ´ ´¡ y mis ojos verán el mismísimo Señor!´.
Estaba inmóvil, tenía mi mano en la suya y parecía estar viendo la imagen con que había soñado toda su vida, la del Altísimo, al que había servido con su música.
Pero, cada vez se veía más claro que se acercaba su fin. ´¡ Tocad un poco de música!´ dijo, mientras nos arrodillábamos a su lecho, ´ cantadme una hermosa canción sobre la muerte que ha llegado mi hora ´. Yo vacilé un instante, no sabiendo qué música escoger para aquellos oídos que pronto oirían la música celeste. Pero Dios me inspiró y empecé a cantar el coral Todos los hombres tienen que morir, para el cual había escrito él un preludio en mi cuadernito de órgano. Los demás me siguieron y cantamos a cuatro voces. Mientras cantábamos esparciose una expresión de paz en el rostro de mi Sebastian. Parecía que se había alejado de las miserias de este mundo.
Un martes por la tarde, a las ocho y cuarto del 28 de julio de 1750, falleció. Tenía sesenta y cinco años. El viernes por la mañana lo enterramos en el cementerio de San Juan de Leipzig. Desde el púlpito, el pastor pronunció estas palabras: ´ Se ha dormido dulcemente en el Señor el muy inteligente y muy honorable Johann Sebastian Bach, compositor de Su Majestad el Rey de Polonia y del Príncipe Elector de Sajonia, Maestro de Capilla del Príncipe Anhalt-Kothen y Kantor de la Escuela de Santo Tomás. Siguiendo la costumbre cristiana, ha sido sepultado su inanimado cuerpo ´.
Pero con mucha más intensidad que las palabras del pastor, oía en mi corazón la coral que Sebastian había escrito en su lecho de muerte: Ante tu Trono me presento”.
Beatriz Elena Mejía Mejía, Directora Emisora Cultural Universidad de Antioquia