ISBN 0124-0854
N º 57 Junio de 2000
Surge así una concreta esperanza que en poemas como“ Llegue tu carta” o“ Única”, unifica y da cohesión a sus sucesivas interlocutoras en una misma musa, la propia poesía, y logra combatir el insidioso susurro de la muerte, en colegas- Aurelio Arturo, Jorge Gaitán Durán, Eduardo Cote Lamus- como en las propias figuras de su entorno: los 90 años de su padre.
Hay así, como subyacente al tránsito urbano, una serie estructurada de poemas que bien pudiéramos llamar simplemente clásicos, en su hermosa capacidad reveladora. Al lado de éstos, otros poemas se constituyen en notas, escolios y variaciones sobre esas sinfonías mayores. Algunos constituyen simples divertimentos que van del gracejo al bordaje del absurdo. Otros son trazos fugaces en su cuaderno de apuntes, donde brinda atisbos de luz sobre su tarea creativa y discreta y sorprendida, como la califica, huye la poesía, esa sombra.
Pero lo importante, en todo caso, es resaltar la fidelidad del canto, en medio de tantos altibajos de silencio que ocasionó el periodismo. Ese canto que con cuentagotas nos
ha dado esta estricta cosecha, que al igual que el caso de los pájaros“ no olvidan nunca su canción” y“ a nadie humillan con su feliz indiferencia”.
Estos versos terminan también por revertir sobre la calidad humana de quien los escribió y sobre la ilusa terquedad juvenil con que ha defendido su obra y ha ampliado el espacio democrático de la poesía en Colombia con trabajos como su Antología de la poesía colombiana( 1997) y Quién es quién en la poesía colombiana( 1998), donde indudablemente están todos los que son y varios que sobran. Regocijémonos entonces de releer este hermoso libro que parece haber tenido más presentaciones y más justificadas reediciones que el propio número de excelentes poemas que acoge, ya que cada nuevo abordaje enriquece y gratifica a quien lo lee, revelándole visiones insospechadas.
En realidad Rogelio Echavarría ya forma parte del canon de la poesía colombiana en este siglo. Su poesía, que se opuso al tiempo y cuestionó la historia que hemos sufrido, ya es historia y tiempo que felizmente podemos redimir con su
lectura. Lo dijo mejor que nadie al escribir:“ Yo siempre duermo con mi única fiel compañera, que me caricia el rostro con sus manos de hollín”.
De ahí que se imponga el sistemático recorrido crítico de su obra: no sólo por el hecho singular de que un libro de poesía, en Colombia, alcance siete ediciones, sino porque alrededor de él se han conjugado las más variadas y disímiles opciones de lectura.
Desde el año de 1944 sus colegas en el oficio, de Fernando Arbeláez a Fernando Charry Lara, de Luis Vidales a Mario Rivero, de Gonzalo Arango a Darío Jaramillo Agudelo, de Jaime García Maffla a José Manuel Arango, se han aproximado, con intuitiva simpatía, a su mundo, ofreciéndonos, cada uno de ellos, esclarecedores atisbos.
Sin olvidar, por ello, a los críticos propiamente dichos, como Jaime Mejía Duque; a los poetas extranjeros, como el argentino César Tiempo, también sagaz periodista; o el español Jaime Ferrán, traductor de Ezra Pound y siempre generoso en la divulgación de la literatura colombiana.