ISBN 0124-0854
N º 57 Junio de 2000 surrealista de un viaje en autobús, se congelara de súbito, fija ante la inmóvil eternidad. Por ello los poemas con que termina esta secuencia, como“ Eclipse”,“ Efímero”,“ Crepuscular” y“ Final”, se sustentan sobre esa seca eternidad, cuestionándola.
No ha roto del todo con su vieja imaginería romántica y por allí sobrevuelan, de golpe, mariposas, o se hacen quizás pensativas las rosas, al buscar que la infancia vivifique un tiempo final donde la degradación personal de la vejez-prótesis, fatigase corresponda con ese sombrío panorama donde el país se reduce en su agonía:“ Se oyen disparos en la noche / ¡ oh patria muda y temblorosa!”.
Exilio dentro de sí mismo. Interrogación metafísica que deja atrás“ la selva urbana” y“ la trampa de la calle”. Rogelio Echavarría termina por volver a plantear las seculares preguntas existenciales sobre origen y destino, sobre permanencia y fuga. Partió de la ciudad y fue más allá de ella al retornar a la matriz. Por ello su cultivo del verso libre no excluye nunca las formas
tradicionales en una tensión contradictoria donde siempre termina por reiterar su acendrado pesimismo.
Remonta así el curso del tiempo hasta Adán e impregna sus páginas con el católico estoicismo fraterno de una caridad que tiende puentes entre la soledad asumida del escritor y su compenetración sensible con lo que sus prójimos viven. Lo corrobora con su logrado poema Oscuro sueño:
“ Me asaltan en la noche y me ofenden fantasmas transparentes y fríos me toman por los cabellos me hunden en un pozo oscuro y febril y cuando me dispongo a gritar a abrir los brazos y a pedir palabras el sol se aloja con su gota de hielo en mis ojos de negra y eterna lechuza”.
Las palabras que pide no son únicamente las escuetas del noticiero o del telegrama.“ Recuelo”,“ alfoz”,“ deslardado” o“ almilla” resuenan con su ancestral impacto. Son esas joyas del idioma que engastadas en el aparente flujo neutral de nuestra incomunicación diaria amplían la misión del poeta: no sólo gritar, abrir los brazos y pedir palabras sino también remozarlas, resucitarlas, jugar con ellas.
Si bien, en ocasiones, puede decaer en el intranscendente humorismo del apunte gratuito: los pájaros que no padecen guayabo a pesar de vivir en un guayabo o en un borrachero, en otras revitaliza el idioma y lo pone a pensar al abrir su entraña: la ambivalente danza entre sonido y sentido que llamamos poesía. Quizás por ello Fernando Charry Lara pudo resumir en 1965 las virtudes del primer Transeúnte con esta precisa caracterización“ Objetividad del lirismo, novedad, desnudez, temporalidad, hallazgo de 10 maravilloso entre lo cotidiano circundante”.
Al juicio de Charry Lara, convendría añadir un cálido reconocimiento admirativo ante la veta amorosa de su poesía que en textos como“ Declaración de amor” logra una dúctil y a la vez opulenta enunciación expresiva. Allí el poder que otorga el canto exorciza los cuarenta años en que como periodista también Rogelio Echavarría asumió la triste condena de registrar“ fechas violentas”. Sólo ahora, con la maliciosa sabiduría que la presencia femenina otorga como don y como bálsamo, puede recobrar esa“ flor de mi más alta confianza”.