ISBN 0124-0854
N º 57 Junio de 2000 paso a paso
no exenta de la asordinada melancolía que caracteriza a su grupo poético. El de los“ cuadernícolas”. El de“ Cántico”. Lo expresó muy bien Fernando Arbeláez cuando en 1948 escribió:“ Su tono elegíaco, dueño de una leve violencia, tiene una penumbrosa sencillez que parece que no quisiera revelarse del todo”.
La aparición de El transeúnte en 1964 podría sugerir un viraje radical de estos modos poéticos de 1947. Así lo ha considerado la crítica: Una poesía explícita, donde la voz individual
se torna con frecuencia conciencia colectiva –“ sé que todos luchan solos / por lo que buscan todos juntos”,“ nuestra identificación con todos / o con casi todos”. Bien podríamos decir que Rogelio Echavarría, para usar un verso suyo, se ha subido al“ carro colectivo y su destino …”
Se percibe entonces una ciudad poblada de voceadores de periódico y de mendigos, de obreros y oficinistas, de vida corriente y rutinaria fatiga.“ La agenda de mis afanes” y una derrota generalizada, entre la lluvia gris y la penumbra
inhóspita, que abarca tanto las dudas del guerrero como la marginalidad última del jubilado, al devanar lo que pudo haber sido.
Pero curiosamente esta poesía, que funde lo social con un entorno urbano donde la luna cambia su semáforo, termina por replegarse sobre sí misma. En un primer movimiento la pregunta por la libertad se convierte en una indagación sobre la soledad, como si a partir de ella fuese posible la conquista de la otra. Al igual que en el célebre poema de Paul Eluard donde éste ya había escrito el nombre magnético de la libertad:“ En la desnuda soledad”,“ En el pan blanco de los días”,“ En los peldaños de la muerte”, en una secuencia que parece anunciar el ordenamiento de esta nueva edición de El transeúnte: muerte prematura, ciudad, amor, vida cotidiana, y muerte última.
No es de extrañar por ello que en un segundo movimiento esta poesía que desencadena sus imágenes en el flujo