Agenda Cultural UdeA - Año 2000 JULIO | Seite 8

ISBN 0124-0854
N º 58 Julio de 2000 limitación para una ciudad que nunca ha pensado en sus limitados. Aún hoy lo vemos. El metro, construido treinta años después, con sus atemorizantes escaleras de dos pisos de altura, continúa con la discriminación.
La calle que ocupan actualmente no lleva a ninguna parte, fruto de un proyecto inconcluso de los años setenta, de peatonalizar el centro, a sólo tres cuadras de distancia del parque. Un espacio que nunca ha podido ser comercial. A las autoridades de esta ciudad se les olvidó que las calles buscan un objetivo: llevar a la gente de un punto a otro, generar recorridos que se graban en la memoria, crear sus mapas personales de ciudad. Se les olvidó que en casi ninguno de estos recorridos existía esta calle. Por eso la primera parte se llenó de informalidad, de apuestas de caballos y, la última, de un fallido centro de venta de libros de segunda donde, además, llevaron a morirse de hambre a los“ Hippies”,
tremendo nombre para unos humildes artesanos que sobrevivían de las pulseras y las aretas que vendían a los jóvenes. A esta tierra de nadie trajeron a don Hernán Marulanda y a doña Sofía Rivera. Ella con restos visuales y él con epilepsia, se cuidan y complementan. Sus setenta y dos y sesenta y ocho años respectivamente han dejado marca en dos rostros con aire campesino que llegaron huyendo de la violencia, no de ésta, sino de la otra, la de los liberales y conservadores. Extrañan su pueblo, pero aceptan que esta ciudad les dio la posibilidad de levantar a sus cinco hijos. Dos mujeres: una casada y otra que tiene tres hijos y los acompañan. Uno de los hombres es taxista y a otros dos los mató la violencia de ahora, que en nada se diferencia de la otra, que los hizo dejar su pueblo. Esta violencia que se trepa por las comunas, donde se mata por un territorio, por vivir en un barrio y no en otro, por mirar una mujer ajena, o simplemente porque lo único que hay
para hacer es matarse.
En este“ no espacio” se lucha por ser visible, se lucha por los dos metros cuadrados que todos los días construyen, con un paraguas y dos tablas, donde colocan los billetes de lotería. Llegan a las siete u ocho de la mañana y se van a las cuatro de la tarde, pero no para su casa: a esta hora el peligro acecha, los despistados transeúntes aceleran el paso; este territorio no es seguro por dos razones: una ausencia de comercio sobre la calle; sólo un edificio de oficinas y un almacén ofrecen sus culatas para conformar este callejón; y la otra es que, a pesar de que la calle tiene nomenclatura, por allí no pasa la autoridad, como dice doña Sofía Rivera, ni siquiera esa policía paralela y de civil que se llama Espacio Público. Ellos( los de Espacio Público) viven en guerra, de seis de la mañana a siete de la noche, hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo, contra los vendedores ambulantes, contra todo lo que huela a supervivencia; es más