ISBN 0124-0854
N º 58 Julio de 2000 la ciudad sirve de telón para los ruidos cercanos: el metro que se aleja, los buses que no olvidan su manía de pitar, los vendedores que ágiles pasan con su mercancía portátil atentos a aquellos perseguidores que los consideran indeseables. Las campanas de la catedral que recuerdan un tiempo que ellas manejaban: el de la tradición. Es extraño cómo ha cambiado este parque.
Los ciegos. Se fueron, se los llevaron. Un domingo de 1995 fue su último día en este parque. Se los llevaron para una calle fea, peatonal, por donde no pasa nadie, los escondieron, les dio pena que estuvieran ahí desde 1956 esperando sentados, con la suerte en sus papelitos ordenados, a que las señoras y biatos salieran de misa, y a que los banqueros cerraran con doble llave sus cajas fuertes, esperando a los jubilados con sus ojos cansados de mirar colegialas, a los abarroteros, libreros, almacenistas, confeccionistas, abogados y toda la pelambre que
sentía que la lotería era la única forma para salir de pobres. Pero más tarde llegó la mafia y extrañamente comenzó a ganarse la lotería. Pablo Escobar se ganó veinte veces, en un año, la lotería; mentira … era la forma de lavar el dinero de la coca. Era tan bueno el negocio que montó una oficina para comprar los billetes ganadores. Pobres ciegos, hasta ellos, sin saberlo, trabajaron para la mafia.
Esta acera estratégica entre la iglesia y la usura era el espacio de la suerte, de la ilusión, la vía menos dolorosa para salir de pobres. En esa acera nació la primera Bolsa, el atrio sirvió para especular,
para comprar o vender oro. Fue el espacio para amasar fortunas o para caer en la desgracia de la pobreza. Sí, allí estaban los ciegos, en esa acera amplia y generosa, desorganizados en un principio y luego, por la superpoblación, ubicados en espacios mínimos con sus tablas de 0,80 por 1,5 metros y sus papelitos de colores con números de buena o mala suerte como si todos no tuvieran la misma oportunidad de ganar. En la Beneficencia de Antioquía nació la idea de darles trabajo a los ciegos. Para muchos fue ésta la manera de reivindicarse ante una sociedad que consideraba la ceguera como el peor de los males, una
Estas campanas tienen nombre, se llaman“ Las
Pascacias”, porque las donó don Pascacio Uribe, un terrateniente conservador, para que la iglesia se volviera la dueña del tiempo. Las campanas son el rezago de la tradición, ellas controlaron el tiempo de esta ciudad hasta la década del cuarenta. Los liberales siempre odiaron ese tiempo conservador, que sólo la sirena de la industria rompió en los años cuarenta. Las campanas ordenaban la vida cotidiana.