Agenda Cultural UdeA - Año 2000 FEBRERO | Page 5

ISBN 0124-0854
N º 53 Febrero de 2000
castillo se convierten en los instrumentos del despecho y de la astucia del trovador dantesco Bertrans de Born para crear discordia entre los señores feudales del centro de Francia.
Jorg Immendorff. En marcha hacia la XXXVIII asamblea del partido. Óleo sobre lienzo, 190 x 220 cm sistema exterior que fije la memoria. Ello explicaría el escepticismo del rey Tamus ante las innovaciones del Dios, pero también ayudaría a pensar por qué el pueblo judío, sujeto a continuos desplazamientos y a largas y desintegradoras diásporas, llegó a ser por excelencia el pueblo del Libro, por qué llamó a ese libro genéricamente La Escritura, y por qué abandonó la tradición oral justo en ese momento definitivo de su historia en que emigraba de Egipto y emprendía por el desierto la búsqueda de la tierra prometida.
Ya inventado el arte de escribir, la humanidad persistió muchos siglos en la transmisión oral de su memoria, de sus tradiciones y de sus obras literarias. La escritura era asunto de los intelectuales, no de los pueblos; la lectura seguía siendo algo especializado y sofisticado frente al placer todavía hoy vigente de oír contar. Inclusive podemos afirmar que toda tradición que requiriera el concurso de muchos, como la saga de los cuentos medievales, las leyendas originales del ciclo de Bretaña, o la tradición de poemas cantados de los trovadores, debía recurrir constantemente a la memorización y a la repetición en público de los textos. El modo de publicación de los poemas por parte de aquellos trovadores era su imán cantor, su juglar, que iba repitiendo por campos y castillos las canciones escritas por su amo, como nos lo recuerda Ezra Pound en su Carta de Perigord, vertido bellamente al castellano por Pedro Gómez Valderrama, donde las canciones llevadas por los juglares de castillo en
La aparición de la memoria escrita debió de obrar cambios desmesurados en las sociedades antiguas, pero ni siquiera el Dios Tot habría podido presentir una de las consecuencias más vastas de su descubrimiento, la invención, siglos después, por parte de Gutemberg, de la imprenta; la posibilidad de multiplicar libros hasta el vértigo y de ponerlos al alcance de incontables seres humanos. No había transcurrido un siglo desde la invención de la imprenta cuando nació la novela moderna, que originalmente sería inconcebible sin la escritura, y que hoy es casi inconcebible sin la idea de grandes ediciones de alcance planetario. No deja de ser curioso que la primera novela considerada en verdad como tal por los estudiosos no sea presentada como una consecuencia de la imprenta: don Quijote no habría llegado a ser el disparatado y mágico héroe que fue sin el concurso de los libros, pues, como dice Cervantes,“ él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en