Agenda Cultural UdeA - Año 2000 FEBRERO | Page 14

ISBN 0124-0854
N º 53 Febrero de 2000 convirtiéndonos en menores de edad, sujetos a tutela, definidos por lo que no éramos, como una inconcebible figura geométrica que tuviera su centro fuera de ella, nos permitía malamente existir y sobre todo hacía que conviviéramos en la paz de nuestra múltiple inexistencia. Se dice que la América Española era extrañamente pacífica después de que terminó el desangre de la Conquista; viajeros como el barón de Humboldt pudieron recorrer buena parte del continente casi sin tropiezo alguno, apenas sí perturbados por los mosquitos, las serpientes o el clima. Pero repito que esa paz era sobre todo la expresión de nuestra inexistencia, porque ningún esfuerzo se había hecho para hacer de los miembros de todas estas etnias, estas culturas, estos sistemas de parentesco, estas regiones geográficas diversas, gentes capaces de convivir y de reconocerse como conciudadanos.
Cuando llegó la Independencia, llegó con ella el desafío de descubrir nuestro verdadero rostro, de acceder a esa modernidad en la que los intelectuales de la rebelión se inspiraban. Las nacientes naciones se proclamaban hijas de la Revolución Francesa, de la
Declaración de los Derechos del Hombre, de la idea de individuo y de la idea de ciudadano. Las nacientes naciones tenían que ingresar en los paradigmas de la modernidad, y no para parecerse a Europa sino justamente para no tener que parecerse a ella, para garantizar la posibilidad de pensarse a sí mismas, de definir su fisonomía, de asumirse como sujetos complejos de la historia. Para poder vivir el mestizaje como una riqueza, para emprender los impostergables diálogos culturales. No había sociedad tan necesitada de memoria como ésta, y no había sociedad que la tuviera tan tenue. Hijos, nuestro continente y nuestro país, de tantas desintegraciones, de tantas lejanías, de tantos olvidos, corríamos el riesgo de terminar creyendo, como ocurrió, que en realidad América nació en 1492, el riesgo de creer, como creemos, que Colombia sólo existe desde 1819, o desde 1886, el riesgo de estar viendo un nacimiento en cada destrucción, y de terminar perdiendo la memoria de un modo total. La verdad es que casi la hemos perdido, y lo que no pasó con don Quijote sí puede pasar con nosotros. Nosotros sí podemos ser objetos de la afirmación de Shopenhauer según la cual
la locura es la pérdida de la memoria.
Aislados y asediados, en un país al que no conocemos ni comprendemos; sorprendidos por los rostros inesperados que el país guardaba en su seno; discriminándonos sin fin unos a otros; totalmente incapaces de reconocemos en nuestros vecinos; perdida la memoria de nuestros orígenes; perdida nuestra raíz americana y perdida también nuestra pertenencia al orden mental europeo; viviendo una discordia de aldea, nada parece más improbable que construir con este mosaico de cosas heterogéneas, con esta discordia generalizada, una patria común. ¿ Qué podía salvamos de eso? Abolida la posibilidad de una memoria mágica o mítica americana, a la que podemos acercamos pero a la cual como mestizos no podemos pertenecer de un modo pleno, habría sido indispensable para nosotros convertimos en una cultura de lectores. Porque es bueno recordar que desde el comienzo no faltaron entre nosotros los autores y los libros, incluso la Conquista misma vio nacer en nuestra cultura ese libro asombroso: Las elegías de barones ilustres de Indias, un fresco descomunal de la conquista y el poema más extenso de la lengua castellana. Pero ¿ quién lo leyó por entonces,