ISBN 0124-0854
N º 53 Febrero de 2000 la sacralidad de sus ríos y de sus montañas. Donde no había una larga tradición, al menos podía improvisarse una tradición literaria, tan capaz de sacralizar como la memoria ancestral. Esos puritanos venían de la cultura del dogma y del libro, pero ya avanzaban por el camino del libre examen, de sustituir la fe por las obras como instrumento de la salvación, lo suyo era ineluctablemente la modernidad. Dueños de unas costumbres, de unas tradiciones, de la memoria de los pueblos de Europa, ingresaban también plenamente en el orden de la memoria escrita, de los libros, de los debates intelectuales. El supuesto de toda democracia real, la igualdad, estaba resuelto para ellos por la falta de mestizajes, y por el proceso efectivo de formación del individuo moderno, del ciudadano. Inclusive, libres del peso de las aristocracias que en Europa exigían crueles revoluciones para instaurar el reino de la libertad y de la igualdad, pudieron proclamar los Derechos Humanos antes que los propios franceses.
Pero ¿ somos conscientes de la complejidad de un mestizaje físico desamparado de memoria? ¿ Somos conscientes del hecho inquietante de que nuestra cultura renunciara a la vez a la tradición oral y a los libros? Ya no seríamos nunca más indígenas americanos pero no teníamos cómo ser europeos modernos. Mientras duró la dominación española, algo de la penumbra monacal del imperio nos daba la ilusión de una identidad. El mundo de la colonia,